miércoles, 3 de enero de 2018

Y TÚ, ¿A QUÉ LE TIENES MIEDO?


¿Recuerdas la última vez que sentiste miedo? Puede que haga mucho tiempo, o puede que haga poco, pero has tenido esa experiencia. Todos los seres humanos sentimos miedo. Para la mayoría de las personas, es una emoción desagradable, que se intenta evitar siempre que se puede. En cambio, a otras personas, les genera sensaciones que les resultan a atractivas (como a quienes les gustan las montañas rusas o las películas de terror). Sin embargo, aunque para la mayoría de las personas éste no sea el caso, esta emoción ha llegado a nuestros días por una sencilla razón: nos ha ayudado a mantenernos con vida a lo largo de la evolución.

El miedo nos mantiene alejados de aquellas cosas que pueden ser peligrosas para nuestra supervivencia. Las alturas, las serpientes, los aviones, perros, arañas... son cosas que suelen generar miedo, pero es muy raro que alguien tenga miedo, por ejemplo, a los conejos, porque no suponen ningún peligro para nosotros.

El miedo no siempre es adaptativo, no siempre nos ayuda, si no que, a veces, puede interferir en nuestra vida cotidiana. Podemos llegar a tener miedo a los conejos, y eso puede ser un problema si, por ejemplo, somos veterinarios o si alguien con el que convivimos tiene uno como animal de compañía. Ante esta idea, puede surgirnos una pregunta: ¿cómo se puede tener miedo a un conejo? Y la respuesta es sencilla: el miedo puede aprenderse. Al principio, cuando nacemos y vamos creciendo, todos tenemos miedos evolutivos. Son miedos que, por así decirlo, están "preprogramados" en nuestro cerebro. En función del desarrollo de los niños, estos miedos se van superando y van apareciendo otros nuevos. Por ejemplo, el miedo a la separación de los padres, y el miedo a los extraños aparecen ya en los bebés (¿quién no ha visto llorar a un bebé al separarse de su madre?), pero sería muy raro que un adolescente tuviera este miedo. Otro ejemplo sería cuando el bebé va creciendo (entre los 3 y los 6 años), y va empezando a desarrollar la imaginación: es ahí cuando empieza a tener miedo a los fantasmas, los monstruos o la oscuridad. Este tipo de miedos, se van superando, porque el niño va adquiriendo habilidades y se va enfrentando a situaciones que le evocan el miedo, y termina superándolo. Pero, según esto, se podría pensar que los adultos ya no deberían tener miedo, pero lo tienen por un sencillo motivo: en la vida diaria, existe riesgo de sufrir un daño. A todos nos dan miedo las enfermedades dolorosas o que pueden conllevar la muerte; a todos nos dan miedo los accidentes de tráfico; etc. Por tanto, aunque existan miedos que aparezcan en la infancia y desaparezcan con el paso del tiempo, siempre quedarán otros miedos. Es a partir de estos miedos, y/o de situaciones vividas, de donde se pueden aprender los miedos no adaptativos, por ejemplo, el miedo a los conejos.

En 1920, Watson realizó un experimento que consistía en asustar a un bebé de 11 meses, sin ningún miedo previo a animales, cuando se encontraba con una rata. Al principio, el simple hecho de enseñar y colocar la rata junto al bebé no le generaba miedo, pero empezaron a asustarlo con ruidos fuertes cuando le enseñaban la rata. Después de hacer esto en varias ocasiones, el bebé lloraba con sólo enseñarle la rata, incluso, al enseñarle otros animales a los que antes no tenía miedo y que no se le habían enseñado con ruidos, como perros, o conejos. Esto ocurre porque el miedo se aprende y se generaliza (es decir, se evoca ante situaciones o circunstancias parecidas a las que generaron el miedo en primer lugar). Otro ejemplo podría ser el de cualquier persona adulta, que vuelve del trabajo por la noche y es atracado. Es muy probable que tras ese suceso, la persona tenga miedo, en mayor o menor grado. Podría ser que tan sólo intente evitar la calle donde pasó y de un rodeo, pero también podría ocurrir que desarrollara un miedo más fuerte que le impidiera salir sólo de noche (con las complicaciones que podría tener por su horario de trabajo, por ejemplo). 

Por tanto, aunque no podamos evitar siempre el miedo, y éste pueda llegar a interferir de forma negativa en nuestra vida, hay algo bueno: y es que igual que el miedo puede aprenderse, también puede aprenderse a no tener miedo de las cosas corrientes.