miércoles, 28 de febrero de 2018

COMER PARA CALLAR LAS EMOCIONES


Ya sabemos lo provechoso que es vivir en sociedad, y el estar adaptado en ella, porque nos hace la vida más fácil, nos ayuda a sobrevivir. Sin embargo, la sociedad no sólo nos enseña cosas que nos ayudan en nuestro día a día, si no que también, nos enseña malos hábitos. Uno de ellos, es el intentar acallar nuestras emociones (estados de ánimo desagradables, generalmente), a través de la comida (o, mejor dicho, de la comida insana).

Esta conducta es muy frecuente, y se encuentra reflejada en muchos aspectos del día a día de la gente. Por ejemplo, en las fiestas, aunque no sea una hora central del día, siempre hay comida. En el cine, los recipientes de las palomitas son enormes. Abundan los restaurantes que sirven comida gigante. Incluso, en muchos restaurantes hay retos: hamburguesas enormes que, si las terminas dentro de un tiempo determinado, son gratis.

Seguramente estés pensando "¿y qué hay de malo en esos ejemplos? ¡vaya tontería!". Puede parecerlo: ese es el problema. En todos esos casos, la comida no tiene el valor de alimentarse. La gente no se come una hamburguesa XXL porque tenga hambre. Cuando comes hasta inflarte, no comes porque tengas hambre. En esos casos, se le está dando un valor "lúdico" a la comida. Se convierte, algo tan natural y sano como alimentarnos para sobrevivir, en una actividad que podemos hacer... porque sí. Y en ese momento, es cuando deseamos comer aunque no lo necesitemos. Comemos, por comer, y nos atiborramos de chocolate, patatas fritas, chucherías, bollería y todo aquello que sea rápido, barato, y poco nutritivo.

Pero ahí no acaba la cosa: como ese tipo de comida es divertido... ¿por qué no comerlo cuando estoy triste? Un claro ejemplo de esto es la típica película en la que las protagonistas, deprimidas, se ponen a comer tarrinas de helado de kilo, con una cuchara (sin medir la cantidad), mientras ven una película. En ese caso, ya se le da un valor más a la comida: el de regular las emociones. Aunque, mejor dicho, lo que se hace es intentar acallarlas. Porque, mientras como, me distraigo y, encima, está rico. Y ahí llega el problema: cuando comemos así hay dos opciones: a) paro de comer, y me doy cuenta de que sigo igual de mal (con las mismas emociones negativas), o b) sigo comiendo hasta que mi cuerpo no puede admitir más comida (me sentiré mal por las emociones que tenía, por la culpa por no haber parado de comer, y me dolerá el estómago, por ejemplo). Este último ejemplo es el extremo, el de personas con fuertes sentimientos negativos que no saben cómo afrontar y no son capaces de hacerles frente si no es de esa manera. Pero al ser casos extremos, podemos pensar que son poco frecuentes, pero, en realidad, están ahí. Personas, que un día, vieron un anuncio en la televisión de una chica adolescente que llega a casa, triste, y su padre, sin saber cómo consolarla (sin saber gestionar las emociones de una manera sana, como podría ser un abrazo, la escucha activa, etc), le prepara un plato de comida rápida (e insana) para cenar. Y el anuncio termina con los dos comiendo y riendo.

No olvidemos que, los anuncios, aunque sean sólo anuncios, son ejemplos de la sociedad. Su objetivo es decirnos qué hacer, qué comprar... en definitiva: cómo comportarnos. Y lo que un día vemos por la tele, que puede parecernos algo sin importancia, al día siguiente podemos hacerlo en casa. Y cuando eso se convierte en una costumbre (cuando todos los días como chocolate, aunque tenga diabetes o sobrepeso, por ejemplo), empieza a tener una importancia, un impacto negativo, de algo que, sin darnos cuenta, se nos puede ir de las manos.

Intentemos ser conscientes de que, comiendo, no vamos a sentirnos mejor. En cambio, hay otras mil cosas diferentes que podemos hacer para sentirnos mejor: hablar con alguien de nuestras emociones, hacer cosas que nos hagan sentirnos útil y satisfechos, practicar la atención plena (te dejo un enlace introductorio sobre el tema picha aquí), cuidarnos... Y si, aún así no sabemos cómo manejar esos estados de ánimo negativos, podemos buscar la ayuda de un psicólogo.

lunes, 12 de febrero de 2018

¿QUE HAGO SI MI HIJO ES MIEDOSO?


El miedo es una emoción normal en la infancia. De hecho, es una de las emociones universales, que existen en todas las culturas del mundo, y esto es así por su valioso poder evolutivo: el miedo ha mantenido a salvo a la humanidad durante toda la Historia. Por ejemplo, el miedo a las alturas evita que nos acerquemos a un precipicio y, por tanto, que podamos caernos. Y esa capacidad "protectora" ha sido tan importante que está integrada dentro del desarrollo de los seres humanos. Por eso, incluso los bebés, que no son capaces de razonar sobre la posibilidad de sufrir ningún daño, sí que son capaces de sentir miedo. Pero los niños no sienten miedo a las mismas cosas durante todo su crecimiento... Es decir, según van creciendo, van experimentando miedos a distintas cosas. Son lo que llamamos miedos evolutivos. Estos miedos se caracterizan porque cada uno se asocia a una etapa (el primer año de vida, el inicio de la niñez, la etapa preescolar, la niñez media, la preadolescencia y la adolescencia). Así, es normal que un bebé tenga miedo a los ruidos fuertes, pero cuando crezca, dejará de tener ese miedo y pasará, por ejemplo a tener miedo a los fantasmas o a los monstruos. 

Por tanto, podemos decir que es normal que los niños tengan miedo. Sin embargo, hay veces en los que los niños no son capaces de superar ciertos miedos y, al crecer, esos miedos empiezan a interferir en su día a día. Por ejemplo, que una niña de 12 años tenga miedo a la oscuridad puede no parecer importante en un primer momento, pero por ejemplo, puede impedirle aceptar una invitación a dormir en casa de una amiga por no sentirse capaz de ir al baño si se despierta en medio de la noche. Éste es sólo un ejemplo, y pueden haber muchos otros casos en los que el miedo impida a los niños realizar cualquier actividad, y puede conllevar, también, que los padres y familiares cercanos se vean afectados por la situación en la que el menor se encuentra. Por eso, vamos a ver algunas pautas que pueden ayudar a los niños a superar sus miedos cuando éstos generan problemas en su día a día.

- La sobreprotección no ayuda: si cada vez que el niño tiene miedo, los padres se "encargan" de hacer lo necesario para que no tenga que enfrentarse a su miedo, el miedo va a ser cada vez más grande, porque el niño no aprenderá que no hay nada a lo que temer.

- Los miedos se superan enfrentándolos: para poder superar un miedo, hay que vivir aquello que nos genere el miedo. Es la única forma de que aprendamos y nos demos cuenta de que, realmente, no hay peligro. Por ejemplo, para superar el miedo a la oscuridad, hay que estar a oscuras; o para superar el miedo a los perros, hay que estar con perros. Así es como veremos que no pasa nada.

- Cómo lo hacemos:

  • Tendremos que tener en cuenta la edad del niño: en casos de niños muy pequeños, los pasos que debemos deben ser muy suaves, generando jerarquías que permitan al niño ir superando el miedo poco a poco.
  • Evitar forzar al niño: si intentamos que el niño avance más rápido de lo que realmente puede, lo que estaremos haciendo es empeorar la situación. No debemos añadir mayor estrés por obligar al niño a hacer algo que no quiera. Deberemos, siempre, buscar alternativas.
  • Hacer que el niño sepa que, aunque no estemos en la misma habitación, cuidaremos de ellos si es necesario.
  • El que vea a otros niños de su edad hacer aquello que a ellos les da miedo, les puede ayudar a enfrentarse al miedo.
  • Reforzar los pasos que den para afrontar el miedo puede ser muy valioso (dar muestras de cariño, de ánimo, sonrisas, etc.)
  • Fomentar la autonomía de los niños hace que se sientan capaces de ir más allá, de hacer cosas nuevas y, por tanto, de querer superarse.
  • Si el niño es muy pequeño, puede ayudarle el darle un "amuleto" que le proteja, que le haga sentir que no va a pasarle nada malo. Por ejemplo, el muñeco de un superhéroe que le defienda ante los monstruos.
  • Utilizar objetos como ayudas puede ser muy facilitador para los niños. Por ejemplo, pequeñas luces en el pasillo al baño para que la oscuridad no sea completa, le hará más sencillo enfrentarse a la oscuridad.
  • Y nunca, debemos ridiculizarlo por su miedo.


Por supuesto, si el malestar del niño/a es muy elevado, siempre es mejor buscar la ayuda de un psicólogo/a que nos guíe. Asegurar el bienestar del niño siempre es primordial.