Ya sabemos lo provechoso que es vivir en sociedad, y el estar adaptado en ella, porque nos hace la vida más fácil, nos ayuda a sobrevivir. Sin embargo, la sociedad no sólo nos enseña cosas que nos ayudan en nuestro día a día, si no que también, nos enseña malos hábitos. Uno de ellos, es el intentar acallar nuestras emociones (estados de ánimo desagradables, generalmente), a través de la comida (o, mejor dicho, de la comida insana).
Esta conducta es muy frecuente, y se encuentra reflejada en muchos aspectos del día a día de la gente. Por ejemplo, en las fiestas, aunque no sea una hora central del día, siempre hay comida. En el cine, los recipientes de las palomitas son enormes. Abundan los restaurantes que sirven comida gigante. Incluso, en muchos restaurantes hay retos: hamburguesas enormes que, si las terminas dentro de un tiempo determinado, son gratis.
Seguramente estés pensando "¿y qué hay de malo en esos ejemplos? ¡vaya tontería!". Puede parecerlo: ese es el problema. En todos esos casos, la comida no tiene el valor de alimentarse. La gente no se come una hamburguesa XXL porque tenga hambre. Cuando comes hasta inflarte, no comes porque tengas hambre. En esos casos, se le está dando un valor "lúdico" a la comida. Se convierte, algo tan natural y sano como alimentarnos para sobrevivir, en una actividad que podemos hacer... porque sí. Y en ese momento, es cuando deseamos comer aunque no lo necesitemos. Comemos, por comer, y nos atiborramos de chocolate, patatas fritas, chucherías, bollería y todo aquello que sea rápido, barato, y poco nutritivo.
Pero ahí no acaba la cosa: como ese tipo de comida es divertido... ¿por qué no comerlo cuando estoy triste? Un claro ejemplo de esto es la típica película en la que las protagonistas, deprimidas, se ponen a comer tarrinas de helado de kilo, con una cuchara (sin medir la cantidad), mientras ven una película. En ese caso, ya se le da un valor más a la comida: el de regular las emociones. Aunque, mejor dicho, lo que se hace es intentar acallarlas. Porque, mientras como, me distraigo y, encima, está rico. Y ahí llega el problema: cuando comemos así hay dos opciones: a) paro de comer, y me doy cuenta de que sigo igual de mal (con las mismas emociones negativas), o b) sigo comiendo hasta que mi cuerpo no puede admitir más comida (me sentiré mal por las emociones que tenía, por la culpa por no haber parado de comer, y me dolerá el estómago, por ejemplo). Este último ejemplo es el extremo, el de personas con fuertes sentimientos negativos que no saben cómo afrontar y no son capaces de hacerles frente si no es de esa manera. Pero al ser casos extremos, podemos pensar que son poco frecuentes, pero, en realidad, están ahí. Personas, que un día, vieron un anuncio en la televisión de una chica adolescente que llega a casa, triste, y su padre, sin saber cómo consolarla (sin saber gestionar las emociones de una manera sana, como podría ser un abrazo, la escucha activa, etc), le prepara un plato de comida rápida (e insana) para cenar. Y el anuncio termina con los dos comiendo y riendo.
No olvidemos que, los anuncios, aunque sean sólo anuncios, son ejemplos de la sociedad. Su objetivo es decirnos qué hacer, qué comprar... en definitiva: cómo comportarnos. Y lo que un día vemos por la tele, que puede parecernos algo sin importancia, al día siguiente podemos hacerlo en casa. Y cuando eso se convierte en una costumbre (cuando todos los días como chocolate, aunque tenga diabetes o sobrepeso, por ejemplo), empieza a tener una importancia, un impacto negativo, de algo que, sin darnos cuenta, se nos puede ir de las manos.
Intentemos ser conscientes de que, comiendo, no vamos a sentirnos mejor. En cambio, hay otras mil cosas diferentes que podemos hacer para sentirnos mejor: hablar con alguien de nuestras emociones, hacer cosas que nos hagan sentirnos útil y satisfechos, practicar la atención plena (te dejo un enlace introductorio sobre el tema picha aquí), cuidarnos... Y si, aún así no sabemos cómo manejar esos estados de ánimo negativos, podemos buscar la ayuda de un psicólogo.