martes, 10 de abril de 2018

CUANDO LOS DEMAS SIEMPRE NOS DEFRAUDAN


Todos nos hemos sentido dolidos, alguna vez, por lo que los demás hacen. Pensamos que hemos sido engañados, que realmente esas personas no nos valoraban, o que no les importábamos. Puede que esto realmente fuera así... o puede que no.

Hay personas a las que esto les ocurre con frecuencia, y no es porque realmente sean personas menos valiosas que los demás, o que se dejen llevar por los otros con más facilidad que el resto de la gente... Puede que, simplemente, esperen demasiado de los otros...

Según vamos creciendo, vamos aprendiendo cosas del mundo, de cómo funciona, y de cómo debemos actuar nosotros mismos. Aprendemos reglas que nos dicen qué suele pasar ante una situación, adquirimos valores que nos dicen lo que está bien y lo que no, y con esto, determinamos qué se debe hacer en cada momento. Cuanto más nos creamos estas reglas, más expectativas nos crearemos sobre cómo tiene que ser el mundo. Pero no siempre acertaremos, porque no podemos tener tanta experiencia como para haber vivido cualquier situación. Siempre existirán circunstancias que queden fuera de "lo que sabemos" sobre el mundo y sobre la vida.

Además, tenemos que tener en cuenta otra cosa: cuanto más nos creamos que esas reglas son verdaderas o ciertas, o que son la realidad, más fácil será que intentemos aplicarlas a todo, incluyendo al resto de personas. Es decir, consideraremos que los demás deben estar de acuerdo/cumplir las reglas que nosotros tenemos, porque son las verdaderas. Pero, si sabemos que cada persona es distinta y única... ¿cómo podemos esperar que todos se comporten en función de lo que nosotros pensamos? Es ahí cuando aparece el problema... Cuanto más apegados estemos a esta creencia (que los demás deben comportarse como nosotros lo haríamos), más fácil es que nos enfademos cuando no lo hagan.



Debemos tener en cuenta que cada persona crece y se desarrolla en una cultura, grupo, familia, momento, situación económica o temporal, distinta. Cada persona se enfrenta en su desarrollo a distintas situaciones y circunstancias, por lo que aprende cosas distintas del mundo. Aprende a entender cómo es la vida de forma diferente y, por tanto, establece su propia manera de entender el mundo y de cómo comportarse ante él. Tendrá sus propios valores, sus propias prioridades y su propia forma de relacionarse con los demás.

En distintas entradas, ya se ha comentado que ante una misma situación, las personas pueden actuar de distinta manera, porque interpretan la situación de distinta forma y tienen distintas habilidades para enfrentarse a dicha situación. Por tanto, es muy probable que si pensamos que la manera correcta de hacer algo es de una forma en concreto, cuando otra persona no lo haga así, pensaremos que lo está haciendo mal. Juzgamos su forma de actuar, aunque sea igual de válida que la nuestra, porque "la mía es la buena". Y cuando pasa esto, lo que hacemos es atribuir "lo malo" de su comportamiento a su personalidad. Es decir: no es que se haya comportado mal, es que "es malo", "me ha perjudicado intencionadamente", "no le ha importado hacerme daño", "me ha engañado", etc. Es el otro quien, "sabiendo cómo debe comportarse" (es decir, como yo creo que debe hacerlo), hace las cosas mal, sin importarle lo que implique para mí. Es entonces cuando tendemos a tener una opinión negativa de los demás, y tendemos a separarnos de ellos. Y parece que casi se convierte en un hábito el que los amigos no duren "para siempre", porque nos volvemos tan estrictos con cómo deben ser, que nos olvidamos de que cada uno es como es, y de que no somos el centro de la vida de todo el mundo... Porque cuando interpretamos que los otros nos hacen daño, lo más probable es que ellos ni siquiera se hayan parado a pensar en qué puede suponer lo que van a hacer para nosotros... porque en lo que se centran, es en hacer su vida, como todo el mundo.

Por todo esto, es muy difícil ser feliz si tenemos unas altas expectativas sobre cómo deben comportarse las personas que nos rodean... porque esas reglas son nuestras, no suyas. Cada persona actúa y vive de una forma, según considera que es lo mejor, y es imposible que los demás se comporten siempre como uno espera. Por eso, intentar dejar de lado esas expectativas, y ponernos en la piel del otro, pueden ayudarnos a ver las cosas de otra manera.

Si nos relacionamos con los demás a través de la aceptación, de la tolerancia, del respeto y del cariño, podremos ver que los demás son tan buenos como nosotros, y nuestras relaciones serán mucho más sanas, fuertes y duraderas.

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