A todos nos han hecho esta pregunta alguna vez: "¿me estás escuchando?". Nos ocurre con frecuencia, alguien está hablando con nosotros, y nosotros estamos distraídos con alguna cosa (mirando el móvil, la televisión o pensando en cualquier cosa). Todos sabemos lo desagradable que resulta el hablar con alguien y que no nos esté prestando atención, pero lo hacemos, una y otra vez. Estamos con esa persona, pero en realidad, no estamos allí. Estamos en el chat del móvil, mirando las fotos de una red social, o pensando en lo que tenemos que hacer al llegar a casa. No prestamos atención a la relación que tenemos con esa persona, ni a lo que dice, ni a cómo nos sentimos nosotros en ese momento y con esa persona, porque no estamos allí realmente.
Por eso, os propongo una cosa: prestar atención. A partir de hoy, intentemos prestar toda nuestra atención a las personas que nos rodean y que intentan comunicarse con nosotros. Pero hagámoslo de cierta forma:
- Sin juzgar aquello que nos dice: simplemente escuchemos, no intentemos dar consejos o nuestra opinión constantemente. No pensemos si lo ha hecho bien o mal, o qué habríamos hecho nosotros en su situación.
- Fijémonos en todo, no sólo en lo que cuenta: en su postura, en las expresiones de su cara, en cómo habla o cómo mueve las manos. Nos daremos cuenta de muchas más cosas que si sólo escuchamos lo que dice. Y prestemos también atención a nosotros mismos, a lo que sentimos (emociones, tensión, calma...), a lo que estamos pensando, y a lo que expresamos con nuestro cuerpo (postura, expresión de la cara...). A lo mejor, sin darnos cuenta, le estamos dando a entender a la otra persona que nos aburre, o que no nos gusta lo que nos dice, cuando no es así. O, simplemente, para darnos cuenta de que nos estamos enfadando, que estamos cansados... Todo esto puede afectar a la comunicación con el otro.
- Aceptemos su experiencia: démonos cuenta de que cada persona tiene una forma de pensar, una forma de ver las cosas. Lo que para una persona puede ser bonito, para otra puede ser desagradable. Entendamos que cada persona es libre de pensar lo que quiera, de ver las cosas como quiera y de tener las emociones que tenga. Y respetémoslo. Si lo hacemos, y prestamos atención, quizá podamos entender sus motivos, lo que siente, y nos podamos acercar más a la otra persona.
- Tengamos paciencia: se trata de dar tiempo a la otra persona, y a nosotros mismos. Se trata de no forzar la comunicación. Si la persona tiene otro ritmo (por ejemplo, es tímida/o, está triste y no quiere contar lo que le pasa, o simplemente, quiere callar), no lo forcemos. Preguntemos si lo quiere contar y respetemos su respuesta. No será cómodo para la otra persona hablar de algo que no quiere. Y apliquémonos lo mismo a nosotros: démonos el tiempo que necesitemos para decir aquello que queramos decir. Si no queremos hablar en ese momento, pidamos ese tiempo a la otra persona.
- No reaccionemos instantáneamente a lo que nos dicen: pensemos antes sobre qué quiere decir realmente esa persona. Démonos cuenta de que podemos estar malinterpretando aquello que nos ha dicho. Preguntemos a qué se refiere, antes que enfadarnos o levantar la voz. Podremos ahorrarnos la mayoría de las discusiones si empezamos a actuar así.
- Perdonémosnos a nosotros mismos: si contestamos mal instintivamente, no nos juzguemos. No somos horribles personas por equivocarnos una vez. Lo importante es que nos demos cuenta de que nos hemos adelantado y reaccionado, e intentemos tomarnos las cosas con más calma y atención la próxima vez. Y también, podemos valorar si la otra persona merece una disculpa por nuestra parte.
Son muchos consejos, y es difícil seguirlos todos. Pero si los tenemos presentes, y nos proponemos seguirlos, iremos aplicándolos poco a poco. Según vayamos consiguiéndolo, quizá, podamos darnos cuenta de que discutimos menos, de que entendemos mejor a algunas personas, que nos llevamos mejor que antes, o que los conocemos más. Esto ocurre porque estaremos más con esas personas, en vez de estar dentro de nosotros mismos, escuchando lo que nos dicen nuestros pensamientos y creyéndolos a pies juntillas. Busquemos que ése sea nuestro objetivo: el estar, plenamente, con las personas de nuestro alrededor, en cada uno de los momentos que podamos estar con ellos. Después, cada uno puede preguntarse qué es lo que le ocurre cuando lo hace.