sábado, 10 de septiembre de 2016

¿ESPIAR O NO ESPIAR? ESA NO ES LA CUESTIÓN

En los últimos días, se ha hablado en varios medios de comunicación del debate sobre si los padres pueden o deben espiar a sus hijos. Creo que es un tema importante sobre el que hay que reflexionar.

Muchas veces, las cosas no son blancas o negras. El mundo está lleno de matices, de grises. Por eso, hay que valorar todas las opciones, para ver cuál es el gris que más nos conviene en cada situación. y en este caso, hay que primar el bienestar del hijo.

Ante la posibilidad de espiarlo, ¿qué podríamos obtener?: Enterarnos de algo que nuestro hijo no nos contara. Pero ¿eso nos asegura el poder ayudarlo? Para poder ayudar a una persona, esa persona tiene que querer recibir esa ayuda. Si no está dispuesto a recibirla, es muy posible que lo que nosotros podamos hacer sea muy limitado. ¿Querrá que le ayudemos una persona a la que hayamos espiado? Démonos cuenta de que al espiar, estamos rompiendo la confianza en la relación. Esa persona, ese hijo, sentirá que se ha invadido su intimidad (algo que tiene mucha importancia en la adolescencia, cuando las personas empezamos a crear nuestra propia vida, empezamos a desarrollar nuestra independencia, cuando las relaciones con sus amigos son tan importantes...). No olvidemos que nuestros hijos también son personas, personas que merecen el mismo respeto de su intimidad que cualquier persona. Y no sólo se sentirá mal por ello, se sentirá mal por quien lo ha hecho. Por esto, se puede romper el lazo que nos une a nuestros hijos, la confianza que se crea desde la infancia. ¿Merece la pena?

La otra opción es mantenernos cerca de ellos, respetar sus decisiones, intentar entenderlos, y no juzgarlos. Apoyarlos, escucharlos. Si favorecemos un buen ambiente, una buena comunicación, facilitamos que sean ellos mismos los que nos cuenten sus cosas, sus problemas y sus inquietudes. Si conseguimos que nuestros hijos obtengan más beneficios contándonos lo que les ocurre que callando, no tendremos que preocuparnos de qué nos puedan estar ocultando. Si, por el contrario, cuando tienen un problema y nos lo cuentan, reaccionamos mal, juzgándolo, regañándolo, enfadándonos... intentarán evitar que nos enteremos. Así, ganamos pocas cosas.

Por otra parte, no podemos esperar que nuestros hijos nos lo cuenten todo. Seamos conscientes de que los padres, son padres para sus hijos, no pueden ser sus amigos. Siempre habrá cosas que los hijos no quieran contar a sus padres. Aceptémoslo, e intentemos que tengan la confianza suficiente para contarnos aquellas cosas realmente importantes, y no tendremos que plantearnos si tenemos que espiarlos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario