La semana pasada ha habido una gran expectación por una fiesta del consumismo: el Black Friday. Toda la semana hemos estado recibiendo publicidad, anunciando los grandes descuentos. Hasta los telediarios se han hecho eco de la noticia: "descuentos hasta el 70%".
Y es que empiezan las Navidades. ¿O no? Porque falta todavía un mes... Es pronto, hay tiempo de sobra para hacer las compras necesarias... Pero si nos lo ponen más barato, ¡habrá que aprovechar!. Porque cada vez empiezan antes... Más tiempo de fiestas, más tiempo de consumo. Recuerdo que en mi infancia, hasta mediados de diciembre no se empezaban a poner adornos... Ahora, se enlaza Halloween con Navidad... en Noviembre ya se venden roscones de reyes.
Y no es que me parezca mal que hagan ofertas para que compremos... es el punto al que se llega. El bombardeo constante al que nos vemos sometidos. Nos dicen que compremos, porque comprando somos más felices, regalamos sueños y felicidad a los demás... ¡Qué bonito! ¿no? En las noticias daban cifras del dinero que iba a gastarse de media cada persona, y no eran precios bajos... Salían estadounidenses diciendo que habían comido en vez de cenar en Acción de Gracias para poder ir a comprar, haciendo colas enormes, comprando de madrugada para conseguir el mejor precio. Gente que iba desde México, que llevaba años ahorrando para ir a esa fiesta del consumo. ¿Hasta qué punto llega? ¿De verdad es necesario todo eso?
La Navidad es una época bella del año, por el reencuentro con las personas queridas, la buena voluntad, la calidad que se respira a pesar del frío que haga en la calle. Y, ahora, cada vez más, se convierte en consumismo. Reducimos la Navidad a los regalos. Parece que cuanto más compremos, más felices van a ser los demás y más felices nos sentimos nosotros por dar. Y a veces, más no es mejor.
¿Cuántos regalos hacemos a los niños pequeños? A veces tantos, que no juegan ni con la mitad de ellos. ¿Cuánta ropa tenemos en los armarios? Muchas veces tanta que no nos entra más. Acumulamos ropa que hace mucho que no nos ponemos, pero ahí la tenemos porque nos gusta. Y seguimos comprando más. Pensamos por el "quiero", nos movemos por el "quiero". Podemos ir mal de dinero, pero se nos pasa por la cabeza la posibilidad de encontrar el chollo, la gran oportunidad, el mejor precio, y no lo podemos dejar pasar. ¿O sí?
El ser humano se rige por el refuerzo inmediato, es decir: vale más algo "positivo" que tengamos ya, que las consecuencias negativas que pueda traernos a largo plazo. ¿Existe algún fumador que no sepa las consecuencias que tiene el tabaco en la salud? ¿Y si lo sabe, por qué no deja de fumar? Porque ahora, en este momento, tiene ganas de fumar, y le cuesta poco coger un cigarrillo... Al fin y al cabo... ¿Cuánto cuesta un paquete de tabaco?... Pero no es tan poco dinero si se piensa en todos los paquetes que se compran al cabo de un mes... o de un año. Pero eso no importa, lo que importa es que "tengo ganas de fumar, y fumo". Así es como aparecen los problemas psicológicos: hacemos cosas que a la larga nos perjudican, pero que "de primeras" son un parche, nos alivian, o nos hacen evitar algo por lo que no queremos pasar. Y al final, la rueda del problema crece y crece y se hace tan grande que no se puede parar por uno mismo.
Con las compras, pasa lo mismo: simplemente, sabemos lo "feliz" que nos hace el comprar algo nuevo, algo que queremos, que deseamos. "Si ahora no tengo dinero... lo pago con la tarjeta de crédito y ya me lo pasarán por el banco el mes que viene... que tendré dinero", podemos pensar. Y así, con todo. Hacemos lo que sea para comprar. Nos aburrimos: nos vamos al centro comercial o miramos las páginas de internet de las tiendas y compramos, sin ni siquiera probárnoslo, verlo, o tocarlo, antes. "Da igual. Son 2 euros, son 5 euros..." lo que sea. Porque cuando lo veo, lo quiero, porque cuando lo tenga, "estaré muy guapa, y todos me dirán que me queda muy bien". Como las compras compulsivas... la persona gasta hasta tal punto que se arruina, pero sigue comprando porque siente alivio cuando lo hace.
O ejemplo: cuando compramos cosas de electrónica... pensamos que podremos hacer tantas cosas con ello... porque "es lo último que ha salido al mercado, y la pantalla se ve en 3D, y no pesa nada, y tiene tantos puertos usb... es genial" y lo TENGO que comprar, porque ahora vale a mitad de precio. Pero no nos paramos a pensar en que vemos la televisión muy poco, porque casi no estamos en casa, por ejemplo. No nos fijamos en nuestras verdaderas necesidades, compramos, porque creemos que tenemos esa necesidad, pero muchas veces, no es así. ¿Cuántas botas necesitamos para el invierno? ¿Cuántas televisiones? ¿Cuántos ordenadores? ¿Cuántos coches? ¿Cuántas joyas? Si antes no lo teníamos y éramos felices... ¿por qué ahora lo necesitamos?
En verdad, no lo necesitamos. Lo que necesitamos son unos ojos limpios, que puedan ver y buscar; una mente fresca y libre, que no se deje llevar; y un corazón limpio, que sepa lo que necesita amar. Porque a veces, menos sí es mejor. Las cosas sencillas, que nos facilitan el contacto con el mundo, con las personas que tenemos al lado, con la vida, son las que verdaderamente nos hacen ser felices. Porque lo que necesitamos no es lo que sea lo mejor, o lo último, o lo más barato. Lo que necesitamos es aquello que nos llena el alma todos los días, aquello que nos da tranquilidad todos los días, aquello que nos aporta algo todos los días. Invierte tu vida en cenar con los que quieres, en aprender, en viajar, en cumplir tus sueños... no en comprar. Los sueños basados en cosas materiales se consumen en cuanto se consiguen. Pregúntate qué le aporta a tu vida las cosas que haces, y podrás disfrutarla con mayor calidad que comprando.