lunes, 28 de noviembre de 2016

YO CONSUMO, TÚ CONSUMES, ÉL/ELLA CONSUME...


La semana pasada ha habido una gran expectación por una fiesta del consumismo: el Black Friday. Toda la semana hemos estado recibiendo publicidad, anunciando los grandes descuentos. Hasta los telediarios se han hecho eco de la noticia: "descuentos hasta el 70%". 

Y es que empiezan las Navidades. ¿O no? Porque falta todavía un mes... Es pronto, hay tiempo de sobra para hacer las compras necesarias... Pero si nos lo ponen más barato, ¡habrá que aprovechar!. Porque cada vez empiezan antes... Más tiempo de fiestas, más tiempo de consumo. Recuerdo que en mi infancia, hasta mediados de diciembre no se empezaban a poner adornos... Ahora, se enlaza Halloween con Navidad... en Noviembre ya se venden roscones de reyes.

Y no es que me parezca mal que hagan ofertas para que compremos... es el punto al que se llega. El bombardeo constante al que nos vemos sometidos. Nos dicen que compremos, porque comprando somos más felices, regalamos sueños y felicidad a los demás... ¡Qué bonito! ¿no? En las noticias daban cifras del dinero que iba a gastarse de media cada persona, y no eran precios bajos... Salían estadounidenses diciendo que habían comido en vez de cenar en Acción de Gracias para poder ir a comprar, haciendo colas enormes, comprando de madrugada para conseguir el mejor precio. Gente que iba desde México, que llevaba años ahorrando para ir a esa fiesta del consumo. ¿Hasta qué punto llega? ¿De verdad es necesario todo eso?

La Navidad es una época bella del año, por el reencuentro con las personas queridas, la buena voluntad, la calidad que se respira a pesar del frío que haga en la calle. Y, ahora, cada vez más, se convierte en consumismo. Reducimos la Navidad a los regalos. Parece que cuanto más compremos, más felices van a ser los demás y más felices nos sentimos nosotros por dar. Y a veces, más no es mejor.

¿Cuántos regalos hacemos a los niños pequeños? A veces tantos, que no juegan ni con la mitad de ellos. ¿Cuánta ropa tenemos en los armarios? Muchas veces tanta que no nos entra más. Acumulamos ropa que hace mucho que no nos ponemos, pero ahí la tenemos porque nos gusta. Y seguimos comprando más. Pensamos por el "quiero", nos movemos por el "quiero". Podemos ir mal de dinero, pero se nos pasa por la cabeza la posibilidad de encontrar el chollo, la gran oportunidad, el mejor precio, y no lo podemos dejar pasar. ¿O sí?

El ser humano se rige por el refuerzo inmediato, es decir: vale más algo "positivo" que tengamos ya, que las consecuencias negativas que pueda traernos a largo plazo. ¿Existe algún fumador que no sepa las consecuencias que tiene el tabaco en la salud? ¿Y si lo sabe, por qué no deja de fumar? Porque ahora, en este momento, tiene ganas de fumar, y le cuesta poco coger un cigarrillo... Al fin y al cabo... ¿Cuánto cuesta un paquete de tabaco?... Pero no es tan poco dinero si se piensa en todos los paquetes que se compran al cabo de un mes... o de un año. Pero eso no importa, lo que importa es que "tengo ganas de fumar, y fumo". Así es como aparecen los problemas psicológicos: hacemos cosas que a la larga nos perjudican, pero que "de primeras" son un parche, nos alivian, o nos hacen evitar algo por lo que no queremos pasar. Y al final, la rueda del problema crece y crece y se hace tan grande que no se puede parar por uno mismo. 

Con las compras, pasa lo mismo: simplemente, sabemos lo "feliz" que nos hace el comprar algo nuevo, algo que queremos, que deseamos. "Si ahora no tengo dinero... lo pago con la tarjeta de crédito y ya me lo pasarán por el banco el mes que viene... que tendré dinero", podemos pensar. Y así, con todo. Hacemos lo que sea para comprar. Nos aburrimos: nos vamos al centro comercial o miramos las páginas de internet de las tiendas y compramos, sin ni siquiera probárnoslo, verlo, o tocarlo, antes. "Da igual. Son 2 euros, son 5 euros..." lo que sea. Porque cuando lo veo, lo quiero, porque cuando lo tenga, "estaré muy guapa, y todos me dirán que me queda muy bien". Como las compras compulsivas... la persona gasta hasta tal punto que se arruina, pero sigue comprando porque siente alivio cuando lo hace.

O ejemplo: cuando compramos cosas de electrónica... pensamos que podremos hacer tantas cosas con ello... porque "es lo último que ha salido al mercado, y la pantalla se ve en 3D, y no pesa nada, y tiene tantos puertos usb... es genial" y lo TENGO que comprar, porque ahora vale a mitad de precio. Pero no nos paramos a pensar en que vemos la televisión muy poco, porque casi no estamos en casa, por ejemplo. No nos fijamos en nuestras verdaderas necesidades, compramos, porque creemos que tenemos esa necesidad, pero muchas veces, no es así. ¿Cuántas botas necesitamos para el invierno? ¿Cuántas televisiones? ¿Cuántos ordenadores? ¿Cuántos coches? ¿Cuántas joyas? Si antes no lo teníamos y éramos felices... ¿por qué ahora lo necesitamos?

En verdad, no lo necesitamos. Lo que necesitamos son unos ojos limpios, que puedan ver y buscar; una mente fresca y libre, que no se deje llevar; y un corazón limpio, que sepa lo que necesita amar. Porque a veces, menos sí es mejor. Las cosas sencillas, que nos facilitan el contacto con el mundo, con las personas que tenemos al lado, con la vida, son las que verdaderamente nos hacen ser felices. Porque lo que necesitamos no es lo que sea lo mejor, o lo último, o lo más barato. Lo que necesitamos es aquello que nos llena el alma todos los días, aquello que nos da tranquilidad todos los días, aquello que nos aporta algo todos los días. Invierte tu vida en cenar con los que quieres, en aprender, en viajar, en cumplir tus sueños... no en comprar. Los sueños basados en cosas materiales se consumen en cuanto se consiguen. Pregúntate qué le aporta a tu vida las cosas que haces, y podrás disfrutarla con mayor calidad que comprando.

lunes, 21 de noviembre de 2016

SOMOS SOCIALES, PARA BIEN O PARA MAL


Todos hemos escuchado alguna vez eso de que "el ser humano es social". Existe la Sociología y los sociólogos; las sociedades; los socios... todos socializamos. De hecho, quien no socializa, es criticado por la sociedad. En la sociedad, hay que ser sociales, por decirlo de algún modo...

La sociedad es ese grupo de gente en el que estamos inmersos. Nacemos en una sociedad porque nuestros padres están en ella, y al mismo tiempo, nosotros la formamos. La sociedad nos enseña, nos protege, nos guía y nos limita.

Si nos vamos a los principios de la Historia, sabemos que el Homo Sapiens sobrevivió y se extendió por el mundo porque vivía en grupo. Si sobrevivía a los depredadores era porque el grupo estaba junto; si sobrevivía al hambre era por la ayuda del grupo... El ser humano no estaba preparado para vivir en el mundo en soledad. No era adaptativo. La mayoría de esos homos que no pertenecían a ningún grupo estaban expuestos a los peligros de la naturaleza y era mucho más fácil que murieran. Por eso, somos así: tenemos los genes de aquellos primeros seres humanos que se mantuvieron unidos, quizás por las emociones (amor, cariño, altruismo...), a su grupo.

Las emociones nos relacionan con los otros: cuando estamos tristes, buscamos el consuelo de los que nos quieren; cuando amamos, queremos estar con el otro porque nos sentimos bien... Las emociones son adaptativas (nos ayudan a sobrevivir) y hacen que nos adaptemos a los otros. Por ejemplo, la vergüenza: lo incómodos que nos sentimos si consideramos que nos saltamos una regla social hace que no lo hagamos, y así, nos mantenemos cómodamente dentro del grupo, sin que haya conflictos. La empatía, que nos permite ponernos en el lugar del otro, comprender su situación y las emociones que puede estar sintiendo, nos ayuda a relacionarnos con el otro, a estar en sintonía.

La sociedad nos hace ser como somos. Nos ofrece una cultura, unas normas sociales (reglas sobre lo que está bien y lo que está mal). Por ejemplo, nos enseña que hay que ceder el asiento a las personas mayores, las mujeres embarazadas... Pero también nos enseña cosas que pueden ser perjudiciales, como el machismo, la homofobia, la xenofobia...

Debemos ser conscientes de todo lo bueno que nos da la sociedad: nos permite desarrollarnos (aprender a hablar, ir al colegio, formarnos, curarnos si estamos enfermos, nos da alimento si nos falta, o ayudas sociales, nos ofrece sitios de ocio, la posibilidad de desplazarnos a otros sitios o de comunicarnos con gente que está muy lejos). La sociedad es maravillosa porque nos brinda todas esas oportunidades y muchas más. Pero hemos de ser conscientes de que no todo lo que reluce es oro. Todavía forma parte de nuestra cultura la idea de que el hombre cuida a la mujer y la mujer se encarga del hogar y la familia; que hay ciertos trabajos de hombres y otros de mujeres... Me da pena que en pleno siglo XXI todavía se puedan escuchar comentarios racistas, chistes a costa de la discapacidad, prejuicios... No nos damos cuenta, pero la sociedad está envenenada de malos pensamientos, los pensamientos que tenemos cada uno de nosotros sobre los demás. Pensamos que "nosotros" somos mejores que "ellos", juzgamos a las personas por su edad, sexo, religión, gustos, opiniones, o por las cosas que hacen en su día a día... Y nada de eso asegura que alguien sea mejor o peor que otra persona. Pero es muy fácil culpar de los problemas a los otros. Es fácil quejarse de los atascos aunque nosotros mismos los formemos por no usar el transporte público. O quejarse porque alguien se ha llenado los bolsillos evadiendo impuestos cuando somos nosotros mismos los primeros que pedimos al fontanero que no nos cobre el IVA. Decimos que los extranjeros hacen o dejan de hacer; que si los jóvenes son irresponsables...

Vivimos en una sociedad que no sabe respetar al otro. Somos sociales, necesitamos a nuestra familia y amigos para sobrevivir y ser felices, no podemos estar solos. Pero criticamos, juzgamos, a los demás. Somos socialmente egoístas. 

Existe un cuento popular, que ejemplifica muy bien la facilidad del ser humano para opinar, juzgar y criticar a los demás, y lo perjudicial que es para una persona intentar complacer a todos, lo que es imposible de hacer. Criticando, sólo se consigue dañar al otro.



Usemos esa maravillosa herramienta que nos ha dado la naturaleza: seamos empáticos, aceptemos y respetemos al otro. Démonos cuenta de que no existe UNA verdad, si no, MILES.

Si cada uno de nosotros formamos la sociedad, cada uno de nosotros puede cambiarla. Busquemos el amor, la tranquilidad, la igualdad, el respeto. Enseñemos a los demás a ser libres, a tomar sus propias decisiones y a buscar su propio camino. Es una pena que la misma sociedad que nos da todas las oportunidades para tener una vida plena sea la misma que nos ata y nos limita por unas reglas sociales imperfectas.

lunes, 14 de noviembre de 2016

MINDFULNESS EN EL DÍA A DÍA (2)


La anterior entrada sobre Mindfulness se centró en la comunicación con los otros y cómo podemos mejorarla. Pero ¿nos comunicamos con nosotros mismos? Puede parecer que esta pregunta no tiene sentido, pero tiene una gran importancia en nuestra vida. Nosotros somos la única persona que va a estar a nuestro lado desde que nacemos hasta nuestros últimos días. Somos la persona más importante para nosotros mismos. Y por eso, quien más nos puede conocer, apoyarnos y ayudarnos somos nosotros mismos. Pero no estamos acostumbrados a escucharnos, y si no nos escuchamos, en pocas cosas podremos ayudarnos...

La sociedad nos enseña a hacer: "cuantas más cosas haces, más vales", podríamos pensar. Admiramos a esas personas de nuestro alrededor que se encargan de mil cosas, que no paran quietas... parecen superhéroes. Y nosotros también lo intentamos... porque queremos ser superhéroes y que los demás nos alaben, o porque no tenemos más remedio (jornadas laborales partidas, dobles turnos, estudiar y trabajar, encargarse del hogar y la familia...). Parece que la casa siempre tiene que estar perfecta, que los niños tienen que ir a actividades extraescolares todos los días (y hay que llevaros), que tenemos que sacar la mejor nota en los exámenes, etc. Esto nos pasa a todos. Y al final, ¿qué conseguimos? Sobrecargarnos. Hacemos más de lo que podemos (quien mucho abarca, poco aprieta), y le pasamos factura a nuestro cuerpo, pero no nos damos cuenta de ello.

¿Cuántos días tenemos dolor de cabeza? ¿Contracturas musculares? ¿Insomnio? ¿Irritabilidad? ¿Colón irritable? ¿Eccemas en la piel? ¿Yagas bucales?... Y un largo etcétera. Hay días en los que tenemos que hacer tantas cosas que no nos damos cuenta de que no hemos comido hasta las 17:00. No paramos, pero no sólo nosotros, también nuestro cuerpo. Cuando estamos tan sobrecargados, empieza a haber consecuencias físicas como los síntomas comentados antes. El estrés mantenido en el tiempo afecta a nuestro cuerpo y a nuestro sistema inmunológico, haciendo más fácil que caigamos enfermos. Todos sabemos esto, pero no hacemos nada para remediarlo. Si tenemos una contractura, vamos al médico para que nos recete algo, en vez de intentar escuchar a nuestro cuerpo. ¿Cómo se hace esto? Prestando atención. Por ejemplo, sabemos que la tensión se nos acumula en cierta parte del cuerpo por las contracturas que solemos tener, pues lo único que tenemos que hacer es atender cada cierto tiempo a las sensaciones de esa parte del cuerpo. Así, podremos sentir si estamos contrayendo los músculos en exceso y podremos relajarlos (soltando el músculo, haciendo estiramientos...). También podemos darnos cuenta de esa tensión y ponernos calor, o darnos un masaje. Lo importante es escuchar, atender esas señales que el cuerpo nos manda (hambre, frío/calor, tensión, dolor, cansancio, tristeza, ira...) para darnos cuenta de que necesitamos algo, y poder dárnoslo. Si estoy cansado, puedo parar unos minutos para sentarme, echarme una siesta. Si me duele la cabeza, puedo parar para darme un masaje craneal, ponerme frío o tumbarme a oscuras. Si estoy irritado, a lo mejor es porque estoy estresado, y me viene bien salir a dar una vuelta, hacer ejercicio, ponerme música, una serie, salir a tomar un café con un amigo, jugar con el perro. O si me siento triste, a lo mejor es porque dedico demasiado tiempo a las obligaciones y no tengo tiempo para mis aficiones, o porque me ha pasado algo y necesito contárselo a alguien... Puede haber mil problemas y mil soluciones distintas para cada uno de ellos. Cada persona necesita cosas distintas y cuidados específicos. Uno no es mejor que otro, sólo depende de lo que me pase en ese momento y lo que sienta o sepa que me va a venir bien.

Dediquemos nuestro tiempo a las cosas importantes: NOSOTROS MISMOS. ¿Qué sentido tiene estar todo el día limpiando si al final del día estamos tan cansados que no disfrutamos de nuestro hogar? Cuando echamos la vista atrás, lo que recordamos son los momentos que han marcado nuestras vidas, las decisiones importantes, las personas a las que queremos y con las que hemos estado... ¿Merece la pena dedicar tanto tiempo a ciertas obligaciones y dejar de lado nuestra vida? Si hoy estoy mal y necesito descansar, darme un baño relajante o salir al cine o a cenar, hagámoslo. ¿Qué importa dejar la lavadora llena hasta mañana? Centrémonos en lo importante, en lo que da valor a nuestra vida. Escuchemos a nuestro cuerpo, cuidémoslo. Démonos el cariño que nos merecemos y que necesitamos de nosotros mismos. Nada calma más el alma que sentirnos bien con nosotros mismos.

Y no nos juzguemos tanto. Si cometemos algún error o no podemos con todo, démosnos cuenta de que no somos perfectos, que lo hemos intentando, y que todo el mundo comete errores. Pensemos qué nos diría esa persona importante para nosotros que siempre nos consuela y nos hace sentir bien. Y digámonos eso que él/ella nos diría a nosotros mismos. Perdonémosnos. Mimémosnos. Consolémosnos.

sábado, 5 de noviembre de 2016

AMOR, ¡AMOR! ¿AMOR?


Ayer vi un cortometraje, muy sencillo y claro, que expresa ideas muy claras sobre el amor y las relaciones de pareja. Os dejo el vídeo por si queréis verlo antes de continuar leyendo.


Todos sabemos, hemos vivido, lo que es el amor. ¿Cuántas películas románticas somos capaces de recordar? ¿Y libros? ¿Cuántas personas conocemos que estén enamoradas? ¿Y que tengan pareja? No hace falta tener pareja o estar enamorado para saber lo que es el amor. Historias que nos enseñan que el amor puede provocar guerras, que el amor verdadero es para toda la vida, y que una vez lo conocemos, no podemos vivir sin él. Es muy romántico pensar que por amor, se puede llegar a morir. Todos tenemos en la cabeza esa imagen de Leonardo DiCaprio congelándose en un mar helado porque su amada sobreviva encima de una tabla. Todos conocemos el trágico final de Romeo y Julieta. Un amor tan grande que lo abarca todo, que llega a ser más importante, incluso, que los propios protagonistas de ese amor. Todos queremos vivir algo así. Todos crecemos con esa idea de amor en la cabeza, entendiendo que el amor es entregarse al otro al 100%, darle tu corazón, tu vida, tu todo, todo lo que tengas, porque el amor es eso. Crecimos viendo películas de dibujos en las que la trama empezaba cuando dos jovencitos se encontraban y se enamoraban de un flechazo. Y la película terminaba cuando esos jovencitos conseguían, luchando contra todo, estar juntos al fin (y me pregunto: ¿no les pasa nada más? ¿sólo importa el amor?) Todo era maravilloso. Los niños crecían pensando en encontrar su princesita que rescatar y proteger, y las niñas, deseando la llegada de su príncipe azul. Parece muy simple. Parece mentira. Pero esa es la idea que solemos tener del amor. 

Un chico nos gusta si es caballeroso y nos retira la silla, nos lleva flores o nos invita a cenar. Pronto nos enamoramos. Pero, ¿qué pasa luego? Seguimos con esa idea de amor que tenemos: "si somos novios, todo tiene que ser bonito, tiene que ser atento conmigo y hacerme regalos"; "tenemos que ir juntos a todos lados"; "él/ella es lo más importante"; "¿se habrá enfadado?"; "¿estará pensando en mí?"... Y le damos todo lo que tenemos. Podemos llegar a dejar nuestros amigos, nuestra familia, nuestro trabajo... TODO. Es muy bonito... mientras dura.

Lo que estoy escribiendo parece una carta de odio al amor, pero no es así. Es odio al amor insano, es odio a esas ideas de amor que conducen al dolor y al sufrimiento. Porque somos humanos, y podemos equivocarnos y entender que ciertos actos son muestras de amor... y en realidad, son todo lo contrario. Por ejemplo: los celos. No son muestras de amor, es desconfianza, es miedo, es pensar que no valgo lo suficiente para el otro... y tengo que estar pendiente para que no me deje. Los celos son control, atan y obligan.

Cuando nos enamoramos de esta forma insana, hacemos que nuestra vida gire en torno a la otra persona, hasta el punto de que esa persona es más importante que nosotros mismos. Por ejemplo, si la otra persona quiere algo caro que no nos podemos permitir, yo me quito de todos mis deseos para poder comprar lo que el otro quiere; o si no le caen bien mis amigos, dejo de verlos por completo (porque no sea que enfade); si no le gusta el rock, vendo mis discos y mi guitarra; si es celoso, dejo de hablar con chicos o sólo salgo con él. Esto son sólo ejemplos, pero ejemplos que todos conocemos. ¿Cuántas parejas se espían el móvil y las redes sociales? ¿Cuántas parejas han discutido porque la aplicación que usan para hablar marca que han leído el mensaje pero no lo han contestado? Y mi pregunta es: ¿eso es amor? NO. Eso es dependencia, desconfianza, prejuicios. Nos enfadamos si el otro piensa de forma distinta a nosotros, si le gustan cosas distintas, si hace las cosas de forma distinta a como lo hacemos nosotros... porque "así no se hace", "eso no se piensa", "eso no es divertido"... Se generan conflictos que no sabemos resolver, porque todo tendría que ser perfecto, pero nadie nos ha enseñado cómo hacer que lo sea. En las películas de dibujos, los jovencitos enamorados no discutían... o lo arreglaban cuando él les hacía un regalo... porque "si me hace un regalo es porque se arrepiente y eso es que me quiere". Pero siendo adultos, un regalo tras otro... no es una solución. Y nos frustramos, Nos frustramos mucho. Y puede llegar el punto en que la relación termine. Terminan los conflictos, pero llega el dolor y el vacío. Esa persona era nuestro TODO. Lo más importante. ¿Qué nos queda cuando se va? Sólo quedamos nosotros mismos. Nosotros somos nuestro todo, debería ser suficiente, pero no lo vemos. Estamos rotos por el dolor, por todo lo que hemos luchado por estar con esa persona, por lo que hemos dejado atrás por su amor... todo para nada, para ahora estar vacíos, solos y sin futuro. Porque también tenemos la idea de que una persona soltera está incompleta, no puede alcanzar la felicidad sin encontrar a otra persona con la que compartirla. Podemos pensar que estar soltero es como "comer pasta sin salsa": no se saborea la vida en todo su esplendor... Son sólo ideas, pero nos las creemos hasta tal punto que nos podemos deprimir pensando que no volveremos a ser felices sin la otra persona.

¿Merece la pena un amor así? Yo creo que no. Hay otro amor, el amor "de verdad", el amor sano, el amor que nos libera, que nos hace crecer, que nos anima a ser mejor. El amor que nos respeta, no que nos juzga. Que no nos ata al otro, si no que nos sirve de apoyo, que nos enseña y nos ayuda. Un amor formado por dos personas, donde lo importante son ellos mismos. Un amor creado por una unión de dos personas igual de importantes. Algo que crece al juntarse. Dos personas con un amor sano es un 1+1=2. Cada uno con su vida, amistades, aficiones, personalidad, familia, trabajo... que cuando se juntan forman algo hermoso y grande, pero que pueden separarse sin romperse del todo.

Cuando en la relación se puede salir sin el otro, con la tranquilidad de saber que no se enfada, ni desconfía, y que te preguntará qué tal te ha ido y si lo has pasado bien, de corazón. Cuando tenemos la tranquilidad de poder decir cualquier cosa sin ser criticados por el otro. Cuando tenemos un problema y sabemos que podemos recurrir a él/ella. Cuando nos amina a quitarnos los miedos de encima y avanzar en la vida. Cuando te hace sentir valioso/a. Cuando te pregunta qué opinas. Cuando quiere que decidáis entre los dos. Cuando no obliga. Cuando te deja siempre tomar tus propias decisiones. Cuando se preocupa por cómo estás o cómo te sientes. Eso sí es AMOR.

No ama más quien más da al otro, si no quien da lo que el otro NECESITA. Quien respeta, quien ayuda, quien está a su lado. Igual que no coge del otro, más de lo que realmente necesita. El amor sano es "tú y yo", no sólo "tú y tú".