martes, 29 de agosto de 2017

YO Y MIS EMOCIONES


Al igual que con el pensamiento, debemos darnos cuenta de que nosotros mismos y nuestras emociones son cosas distintas. Las emociones están dentro de nosotros y nos ayudan a enfrentarnos al mundo, porque nos indican si las cosas van bien o no. por ejemplo, cuando sentimos miedo, es porque tenemos algún problema (o pensamos que lo tenemos), y no sabemos cómo enfrentarlo, nos sentimos indefensos y nos centramos en eso horrible que puede ocurrir... El miedo nos paraliza. Entonces, ¿cómo nos ayuda el miedo? Nos puede ayudar porque nos hace buscar la compañía y la ayuda de las personas que nos rodean, al igual que la tristeza. La tristeza suele parecernos una emoción mala y que hay que evitar a toda costa, porque es lo contrario a la alegría... y todo el mundo quiere estar alegre siempre. La tristeza duele, pero nos ayuda porque nos hace afrontar aquello que no queríamos que pasara, nos ayuda a aceptar la pérdida de esperanzas, de personas queridas, de ilusiones, de momentos vividos... La tristeza nos ayuda a sacar el dolor. Entonces, ¿por qué pensamos que es la tristeza la que nos duele? La tristeza es como el alcohol que aplicamos con cuidado en nuestras heridas para que no se infecten. Duele, pero sabemos que es mejor hacerlo para que la herida cure bien y pronto, porque si no, podría infectarse. Sin embargo, no nos damos cuenta de la función que tiene, y de lo sano que nos resulta sentirla de vez en cuanto, para poder limpiar el alma y seguir adelante.



Si embargo, tendemos a pensar que todas las emociones negativas son malas para nosotros, porque en un primer momento, nos hacen sentir mal o incómodos, pero a largo plazo, suponen un bien mayor para nosotros. Pero, al darle ese valor negativo, al rechazarlas, al intentar evitarlas constantemente, lo único que conseguimos es que nos parezcan más horribles y dolorosas de lo que realmente son. Al intentar evitarlas, nos quedamos enganchados en el malestar. Es como un niño al que le dan miedo las tormentas, siempre pensará que son más oscuras, ruidosas y largas de lo que realmente son, y por eso, lo pasará peor. Cuando ese niño crece, puede aprender que las tormentas son algo natural, que no suponen peligro, que permiten a las plantas vivir gracias a la lluvia... Incluso, puede que le guste el olor del aire después de una tormenta. Ese niño dejará de sufrir por las tormentas.

Al igual que el niño, si aprendemos a entender que las emociones nos informan de cómo estamos con respecto al mundo, podremos utilizar esos avisos para actuar de la mejor forma posible, para avanzar en la vida, ante las dificultades que tengamos, y a disfrutar de las cosas buenas que nos pasen. Nos daremos cuenta de que las emociones, aunque en un principio, puedan hacernos sentir mal, no duran para siempre, y nos ayudan a estar mejor después.

Si aceptamos y escuchamos a nuestras emociones, podremos avanzar gracias a ellas, y crecer.

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