jueves, 13 de diciembre de 2018

¿QUÉ ES UNA RELACIÓN SANA?


Todos podemos pasar, a lo largo de toda nuestra vida, por una relación que nos genera malestar, dolor, incomodidad... pero que, aún así, seguimos manteniendo. Generalmente, no nos damos cuenta de la importancia que tienen esos signos de que algo no va bien, y seguimos adelante. A veces, el problema no va a más, pero otras, el problema crece, como en los casos de violencia de género. Por eso, es importante reflexionar y conocer qué es lo que facilita que la relación entre dos personas sea positiva en todos los sentidos.

En primer lugar, hay que explicar una cosa: una relación es positiva cuando:
  • Existe equilibrio de poder: es decir, cuando los dos toman decisiones (tanto de la relación, como individualmente), ninguno lleva "la voz cantante" siempre.
  • Hay respeto mutuo: ninguno infravalora al otro o a sus opiniones, no se interpone en la vida del otro. Es decir, cada uno puede tener su vida independiente, y el otro lo respeta y lo acepta, y no supone problema en la relación.
  • El cuidado es mutuo: ambos ofrecen al otro lo que necesita, se dan apoyo, se tratan con cariño...
  • Cuando hay buena comunicación: se habla de las emociones, se negocia cosas en las que no están de acuerdo, se habla con libertad y se dice lo que se piensa con respeto, se puede hablar de cualquier cosa, se escucha al otro y se hace intento de ponerse en su lugar...
  • Se comparten momentos de ocio juntos: ayuda a mantener un buen estado de la relación, mejora la conexión, la intimidad, la unión...
En cambio, hay otro tipo de parejas en las que la relación se convierte en la vida de esas personas, la relación lo es todo. Hacen todo con el otro, o todo depende la opinión del otro. Existe una dependencia de la relación, de estar con el otro, hasta tal punto que aparecen celos, inseguridades, miedo al abandono... Y por ello, se puede empezar a controlar al otro (qué hace, dónde está con quién..), cualquier comportamiento se puede interpretar como una falta de amor o una prueba de infidelidad, se dejan de hacer cosas o ver a personas porque el otro no está de acuerdo y no queremos generar un conflicto... Es decir, se rompe el equilibrio y aparecen situaciones de poder, donde uno controla y decide en la vida del otro, y el otro, acata para seguir con la relación. Puede, incluso, que aquel sobre el que se ejerce el control llegue a justificar los malos comportamientos del otro, pensando que es porque está enamorado (por ejemplo, cuando no quiere que salga con una falda corta, "porque tiene celos y eso es que me ama"). Estas relaciones son complejas, puesto que lo mismo que las ahoga, es lo que las mantiene unidas, es decir: como uno controla al otro, y el segundo termina dejando de tratar con amistades, familiares, puede abandonar aficiones, trabajo, etc, para agradarle, llega un punto en el que lo único que tiene, es la relación, y dejarlo supondría perderlo todo en la vida, aunque, realmente, sólo tenga una relación dañina.





En estos tipos de parejas, se rompe el equilibrio, la comunicación, el cuidado, el respeto... No se expresan emociones ni hay empatía. Todo esto genera situaciones de conflicto continuas que pueden acabar en agresiones físicas o psicológicas. Lo importante es saber reconocer estas situaciones para no dejar que nos atrapen.

lunes, 3 de diciembre de 2018

ME QUIERO COMO TU ME QUIERAS


Como ya hemos dicho muchas veces: el ser humano es sociable. ¿Qué quiere decir esto? Que para sobrevivir, desde la antigüedad, se ha rodeado de otros seres humanos. Esto ha permitido que fuera más fácil crecer y vivir, pero también implica que hayan surgido normas sociales, que limiten qué está bien o mal visto dentro del grupo, qué se puede hacer y qué no. Es decir, no cualquiera puede estar en el grupo, sino que es necesario que el comportamiento de la persona se adapte a lo que los demás esperan de él.

Esta necesidad por estar dentro del grupo, a lo largo de toda la historia de la humanidad, ha hecho que desarrollemos unas emociones muy fuertes en cuanto a las relaciones con los otros. Dependemos de ellos, de que nos quieran, nos cuiden, nos acepten... porque, en el fondo, sobrevivimos porque estamos con ellos, en su grupo. Todos tenemos la necesidad de sentirnos queridos, y el pensar que no tenemos eso, nos puede generar un gran dolor.

Démonos cuenta de una cosa: aprendemos a valorarnos a nosotros mismos por cómo nos valoran los demás. Si a un niño se le dice que es malo, él piensa que es malo, y si se le dice que se le da bien una tarea, piensa que se le da bien. Por eso es tan importante lo que opinen los demás de nosotros, porque nos da una imagen de lo que somos y de lo que valemos. Pero esto puede generar problemas cuando: a) no interpretamos bien la opinión que los demás tienen de nosotros y pasamos a pensar que valemos poco; o b) cuando los demás tienen una opinión infravalorada de nosotros, porque sólo se fijan en lo que se nos da mal, por ejemplo. Como tenemos esa necesidad de agradar a los demás y de conseguir su aprecio, ante estas situaciones anteriores, puede que pasemos a infravalorarnos, o que nos esforcemos exageradamente por agradar a los demás.

Os dejo una historia para reflexionar sobre esto:

Érase una vez una gran familia, con 5 hijos. El primero en nacer fue Lucas, que ya era adolescente, y había ganado muchos premios en competiciones deportivas. Después, iban Clara y Silvia, mellizas y muy inteligentes, sacaban las mejores notas de la familia. Luego, Carlos, un chico muy extrovertido y gracioso, con el que siempre querían estar todos. Diego era el siguiente, y destacaba por su destreza con la pintura. Y, la más pequeña: Nerea. Era una niña tímida, que no llamaba la atención ni destacaba en nada. Los padres trabajaban y pasaban muchas horas fuera casa, por lo que habían contratado a una mujer para que se hiciera cargo de la casa y de los niños.

Todos los días, al volver del cole, Nerea se iba a su habitación a jugar y a hacer los deberes. Sus hermanos hacían lo mismo, y la asistenta sólo hablaba con ellos para darles la merienda. Nerea pasaba la tarde esperando a que llegaran sus padres. Siempre salía corriendo a saludar a sus padres en cuanto oía abrirse la puerta, pero sus padres llegaban tan cansados, que no tenían ganas de jugar con ella. El único rato que pasaban juntos era en la cena, donde todos sus hermanos contaban todos sus méritos y esperaban las alabanzas de sus padres. Nerea, que todavía iba a parbulitos, contaba lo que había hecho en el cole. Sus padres la escuchaban y la sonreían, pero Nerea sentía que no tenían el mismo interés por sus historias que por los logros de sus hermanos.

Según crecía, Nerea se esforzaba en conseguir la aprobación y admiración de sus padres. Estudiaba mucho, se esforzaba en las clases de gimnasia, e intentaba ser divertida y graciosa, cosa que le costaba mucho, porque, en el fondo, era bastante tímida. Con el tiempo, aprendió que sus padres la atendían más cuando hablaba de sus amistades y de los planes que hacía con ellos. Nerea empezó a organizar actividades con sus amigos, para divertirse. Por su timidez, le resultaba más sencillo jugar, que hablar con ellos. Por eso, cada vez lo organizaba con más frecuencia, hasta el punto que pasaba todo su tiempo libre planeando los juegos del fin de semana siguiente. 

Sus amigos, al principio, se divertían mucho, pero, con la adolescencia, pasaron a interesarles más otros planes. Querían charlar de chicos, hacer fiestas de pijamas o ir de compras. Los chicos, preferían irse a casa de alguien a jugar a videojuegos o hablar de cosas que a Nerea tampoco le interesaban mucho. Entonces, empezaron a poner excusas a Nerea para no ir a sus juegos. Como no tenían una relación muy íntima con ella, por su timidez, y porque siempre se veían sólo para jugar, no sabían cómo decirle que no querían ir a sus planes. Nerea empezó a sentirse mal, porque no entendía porqué ya no quedaban con ella, e intentaba hacer los planes más originales, para que todos quisieran ir, pero tampoco funcionaba.

Un día, Nerea se atrevió a preguntarle a una de sus amigas qué pasaba, y ella se lo explicó. Al principio, se sintió avergonzada, pero después, comprendió que había intentado, con demasiada insistencia, el agradar a los demás, y justo eso, la estaba separando de sus amigos. Entonces, empezó a quedar para hacer los planes de sus amigos, y se dio cuenta de que también le divertían. Ya no tenía la necesidad de hacer planes de actividades para sentirse valorada, porque se dio cuenta de que sus amigos la querían tal cual era ella.

Debemos darnos cuenta de una cosa: no hay nadie que valga poco, porque todos nacemos con la necesidad de ser queridos, pero también con la habilidad de querer a los demás, y esa habilidad es de las más importantes. El siguiente paso que debemos dar es aprender a querernos a nosotros mismos. Cuando aprendemos a valorar todo aquello que sabemos hacer, y a aceptar que no podemos ser perfectos en todo, es cuando más nos querremos y cuando podremos relacionarnos mejor con los demás. 

lunes, 5 de noviembre de 2018

AL CUIDAR A LOS DEMÁS


Ya hemos hablado en otras ocasiones del cuidado informal a los mayores, es decir: cuando familiares, generalmente hijas, cuidan de sus padres con problemas de movilidad o enfermedades. Esta situación está muy extendida en nuestra sociedad, hasta tal punto, que todavía existen personas que piensan que llevar a su familiar a una residencia es abandonarlo. Esta idea hace que muchas personas decidan cuidar a sus mayores en casa, aunque esto conlleve grandes consecuencias para su vida laboral, social, e incluso, para su propia salud.

El cuidado de una persona mayor no es fácil, aunque se haga sin recibir ninguna formación. De hecho, se tiende a pensar que el cuidado se refiere al aseo, alimentación y salud (acompañarlo al médico, encargarse de darle las pastillas, etc). Pero conlleva muchas más tareas que las que parecen ser a simple vista. Una vez se comienza a cuidar, las tareas que hay que realizar cada vez son más: se puede comenzar a hacer las tareas más complicadas para la persona mayor, como limpiar o cocinar, pero se termina por vestir, asear, y dar de comer. La dependencia de la persona aumenta con el paso del tiempo, y muchas veces, más rápido de lo normal por la sobreatención que empiezan a recibir (puedes consultar más información sobre este tema en el siguiente enlace pincha aquí). Esa sobreatención o sobrecuidado es tan malo para la persona que recibe ayuda como para la que la da, porque se generará una mayor dependencia en la persona cuidada, y un mayor esfuerzo en el familiar. Esto implica que se tendrán que dedicar más horas para atender a la persona, por lo que el cuidador estará más cansado, más estresado, y tendrá menos tiempo para dedicar a su trabajo, a su descanso, a sus aficiones, o a sus relaciones personales. Es entonces cuando aparece la sobrecarga en el cuidador, es decir, pasa a encontrarse en un agotamiento físico y psicológico continuo.

Para evitar que aparezca, lo mejor es buscar el mayor nivel de independencia de la persona mayor, es decir, que él mismo se encargue de todo lo que pueda, y se le ayude sólo con las actividades con las que tenga problemas. Sin embargo, con el paso del tiempo, la autonomía de la persona mayor irá disminuyendo y será necesario aumentar las ayudas. En estos casos ¿qué podemos hacer para disminuir la sobrecarga del cuidador?

1. Repartir las tareas: lo ideal es que no sea una única persona la que se encarga de los cuidados del mayor, sino que las tareas se repartan. Cuantos más cuidadores haya, menos sobrecarga tendrá cada uno, al disponer de más tiempo libre.

2. Buscar ayuda: otra alternativa es buscar a alguien que pueda encargarse de cuidado del mayor temporalmente. Por ejemplo, algún familiar o vecino que pueda ir a darle de comer (y así el cuidador principal pueda comer tranquilamente en casa), o pasar un rato con él por las tardes o por las mañanas. También podría contratarse a alguien para ayudar en las tareas de limpieza de la casa, ayudar en el aseo del mayor, o simplemente, para que le haga compañía.  Incluso, podría recurrirse a centros de día o de respiro (se trata de residencias que tienen plazas para que algunos mayores pasen el fin de semana, sin llegar a dormir allí, y así sus familiares puedan descansar). La idea es conseguir que el cuidador principal encuentre ratos donde poder descansar, divertirse, o relacionarse con otras personas.

3. Buscar apoyo en casa: si no es posible que nos ayuden con el cuidado del familiar, otra alternativa es que nos ayuden con otras tareas que tengamos en casa. Por ejemplo, si pueden hacer la compra por nosotros, recoger la cocina, hacer la comida o la cena, poder la lavadora y tender... De cuantas menos tareas tenga que hacerse responsable el cuidador principal, mayor descanso podrá tener.

4. Aprender a relajarse: muchas veces, el estrés que conlleva la sobrecarga, hace que los cuidadores tengan insomnio, o que éste aumente. Por eso, puede ser de ayuda el aprender alguna técnica de relajación que practicar antes de irse a dormir, para ayudar a conciliar el sueño, o a que aumente su calidad.

5. Buscar espacios donde relacionarse con los demás: aunque parezca que no se tiene tiempo para salir a distraerse, siempre se pueden encontrar momentos para hablar con los demás. Por breves que sean, nos darán un momento de tranquilidad y de desconexión que puede ser de gran ayuda. Por ejemplo, si cenas o comes en casa, estando tu familia, apaga la televisión y entabla conversión con ellos. Si sales a hacer la compra, no pasará nada porque dediques dos minutos a saludar a algún conocido que te encuentres. También puedes aprovechar algún momento, por ejemplo, cuando el familiar está durmiendo la siesta o está entretenido, para llamar a algún amigo y charlar un poco.

6. No olvidarse de la propia salud: el ayudar a los mayores a levantare, por ejemplo, puede generar dolores de espalda, si no sabemos cómo hacerlo bien. También puede ocurrir que, por falta de tiempo, retrasemos visitas al médico o pruebas que nos tengan que hacer. Hay que darse cuenta de una cosa: no podremos cuidar a los demás si nosotros mismos no estamos bien. Por eso es importante dedicar el tiempo necesario a las visitas médicas propias, y cuidarnos los dolores musculares que nos puedan surgir.

Y si todo esto no es suficiente:

7. Buscar la ayuda de un profesional: muchas veces, el cuidado de la persona mayor puede general un malestar emocional que se mantenga en el tiempo, bien por el agotamiento del cuidado, bien por el estado anímico o psicológico de las personas a las que se cuida. Puede ser muy doloroso emocionalmente hablando, el cuidar, durante la mayor parte del día, a una persona que está constantemente quejándose de dolor, de mal humor, o triste. Y este malestar que aparece en el cuidador, mantenido en el tiempo, puede generar, por ejemplo, sintomatología depresiva. Por ello, siempre puede ser de ayuda acudir a un psicólogo cuando nos sintamos mal. Recuerda: no podremos cuidar a los demás si nosotros mismos no estamos bien.



lunes, 29 de octubre de 2018

5 CONSEJOS SOBRE RELAJARSE PINTANDO


Actualmente, se han puesto de moda los libros de colorear entre los adultos. Parece extraño que una actividad que siempre se ha pensado que es de niños, de repente, empiece a practicarse también a otras edades de forma tan abierta. De hecho, hace unos años, era impensable el encontrarse un adulto  buscando un libro para colorear él mismo. Sin embargo, Mindfulness se ha ido extendiendo poco a poco, y aunque todavía hay muchas personas que no lo conocen, sí han oído o han visto en los escaparates de las librerías, esos libros con ilustraciones para pintar. Una práctica muy común en Mindfulness es pintar, sobre todo, mandalas. Es algo que puede resultar muy gratificante y relajante y, posiblemente ése es el motivo por el que se ha puesto tan de moda.

Aunque esta actividad procede de Mindfulness, muchas de las personas que pintan no lo hacen con la intención de conectar con el presente (que es el objetivo de Mindfulness; si tienes dudas o curiosidad sobre Mindfulness, puedes consultar otras entradas: pincha aquí .) sino para relajarse. De hecho, puede ser una buena alternativa para buscar la tranquilidad y conectar con nosotros mismos, pero quizá no sea tan sencillo como pueda parecer en un primer momento. Por eso, os dejo unos consejos para cuando vayáis a coger las pinturas:

1. Busca un ambiente relajado:  por mucho que pintes, si estás en una habitación con ruido, distracciones o personas que te interrumpan... no vas a poder relajarte. Por eso, siempre es mejor pensar cuándo y dónde es mejor pintar.

2. No te preocupes por cómo queda: es decir, da igual si queda bonito o no, si te sales del dibujo, o si es realista. No pongas reglas a lo que haces, porque al definir cómo tienes que hacerlo, conviertes una actividad lúdica en una tarea, en un objetivo, en un deber, y eso no va a ayudarte a relajarte. Simplemente, si te sales de la línea, no pasa nada, sigue pintando.

3. No te olvides de tu cuerpo: es importante que no tensionemos el cuerpo al pintar por tener una mala postura (la espalda torcida, por ejemplo), o fruncir el ceño al concentrarnos demasiado en pintar, o no darnos cuenta de lo mucho de apretamos el lápiz y que nos duele la mano. Éstos son ejemplos de cómo podemos tensionar el cuerpo mientras pintamos, y siempre que haya más tensión de la necesaria, el músculo se cansará y podrá aparecer dolor. No podemos relajarnos si estamos incómodos o nos duele el cuello o la espalda por la mala postura que tengamos. Por eso, siempre es importante buscar un buen sitio donde apoyarnos y fijarnos si nos duele alguna parte del cuerpo, para poder corregir malas posturas o tensiones musculares.

4. No intentes relajarte: si el único motivo por el que pintas es relajarte, es posible que no lo consigas. La relajación es un estado que, por decirlo de algún modo, "llega sólo". Si pintas y te distraes pintando, te alejas de tus pensamientos, de estar repasando qué tienes que hacer luego o mañana, de eso que te han dicho en el trabajo, de eso que quieres hacer y no puedes... Eso es lo que hace que el pintar nos ayude a relajarnos, pero llega únicamente cuando se conecta con la actividad. Si en vez de eso, estamos pensando en si nos estamos relajando o no, estaremos más pendientes de lo nerviosos, enfadados, cansados, etc, que estemos, y nos será más difícil relajarnos.

5. Si quieres relajarte, evita lo que te pone nervioso: esto parece muy obvio, pero los hábitos, muchas veces, pasan desapercibidos. Por ejemplo: el tomarnos un café, el ver determinado programa de televisión o serie, escuchar cierto tipo de música... Son cosas que, sin darnos cuenta, pueden ponernos nerviosos. Y si hacemos esas cosas antes o mientras pintamos, nos resultará más complicado relajarnos.

Siguiendo estos pasos, conseguirás disfrutar más del tiempo que pintes, por breve que sea, y con ello, podrás relajarte sin darte cuenta.

domingo, 26 de agosto de 2018

LO QUE EL CEREBRO ESCONDE (2)


Hace unos días vi en un programa de televisión una prueba que muestra una de las curiosidades sobre el funcionamiento de nuestro cerebro. Aquí os dejo un vídeo de la prueba:



La explicación es la siguiente: cuando somos pequeños, aprendemos a hablar mediante intentos. Probamos una y otra vez, hasta que conseguimos decir bien la palabra. ¿Pero cómo sabemos si lo estamos diciendo bien o no? Por algo muy sencillo: nos escuchamos a nosotros mismos, y así, podemos corregirnos. Así, nuestro cerebro, además de tener que ejecutar todos los procesos necesarios para conseguir que salga un determinado sonido de nuestra boca, también evalúa el resultado final, es decir, revisa constantemente los sonidos que hemos emitido para ver si son los correctos o no. De esta forma, somos capaces de corregirnos cuando decimos algo mal, y nos aseguramos de que los demás puedan entendernos. 

Pues bien, este proceso de analizar lo que decimos es automático, el cerebro lo hace solo, sin que nosotros seamos conscientes de ello, y sin que podamos evitarlo. De ahí, que la prueba del programa resulte graciosa: no podemos evitar que nuestro cerebro intente corregir continuamente lo que para él está mal dicho. Porque, tengamos una cosa en cuenta: según la información que el cerebro recibe (lo que oyen las personas por los cascos), lo que estamos diciendo... ¡no lo hemos dicho! ya que lo oye con retraso. El proceso sería el siguiente:

El cerebro ha mandado la orden para pronunciar, por ejemplo, la palabra "pelicula". Cuando la persona empieza a pronunciarlo, va pronunciando sílaba por sílaba. El cerebro manda la orden para cada una de las sílabas, y recibe información de los músculos cuando se contraen para pronunciarlas. Por tanto, el cerebro sabe que los músculos se han movido ya para decir "pe", y por tanto, tendría decir "li", luego "cu" y, por último "la", pero cuando va a decir "cu", oye "pe", y entonces, el cerebro entiende que estamos hablando mal, e intenta corregirlo mandando la orden para decir la siguiente sílaba a la que ha oído, es decir, "li". Por eso, las personas que realizan la prueba del programa, se quedan enganchadas (por decirlo de alguna forma) en la última sílaba que han dicho, porque su cerebro cree que no la ha pronunciado, y que es la que toca pronunciar. Así, se produce ese tartamudeo que la persona no puede evitar.

Este es otro ejemplo de lo fascinante que puede ser nuestro cerebro. Para algo que nos puede parecer tan sencillo como hablar, el cerebro pone en marcha muchos procesos de los que no somos conscientes y, nos permite, con facilidad, realizar algo tan importante como comunicarnos con los demás. Y es sólo cuando uno de esos procesos no funciona bien, cuando nos hacemos conscientes de la complejidad del poder hablar, sólo por las dificultades que nos surgen, en este caso, por un segundo de retraso.

lunes, 23 de julio de 2018

CÓMO DISFRUTAR AL 100% DE LAS VACACIONES


Aunque ya llevamos más de un mes en verano, la mayoría de la gente comienza sus vacaciones en estas fechas. Como todo cambio, puede generar cierto estrés (atascos, aeropuertos, hacer las maletas, estar todos juntos, a veces, en espacios más pequeños...). Otras veces, simplemente, puede que no vayamos al sitio que nos hubiera gustado, o que no podamos irnos a ningún sitio. Esto también genera emociones negativas que pueden chafarnos esos días que tenemos para descansar y disfrutar, aunque tengamos que quedarnos en casa. Practicar Mindfulness puede ayudarnos a saborear y disfrutar más de estos días, aunque no sean como hubiéramos deseado en un principio. 

Mindfulness se basa en unos principios, que nos ayudan a tener una actitud más abierta a la experiencia, lo que nos permite conectar con ella en cada momento y ser plenamente conscientes de todo lo que vivimos. Esos principios son los siguientes:

- No juzgar: cuando valoramos o juzgamos lo que hacemos o tenemos, o hacen o tienen otros, el resultado es que nos cargamos de ideas y opiniones negativas, que no nos llevan a ningún sitio. Este tipo de pensamientos nos distraen de la vida y nos impiden disfrutarla. Así que: evita centrarte en esos pensamientos que te dicen que no vas a disfrutar tanto como querías por no ir o hacer lo que te hubiera gustado.

- Paciencia: eso de saber esperar a que las cosas lleguen cuando tengan que llegar, y que consigamos las cosas cuando podamos, nos permite no centrarnos tanto en lo que está por llegar y podamos vivir el momento presente, lo que tenemos ahora. Así también evitamos esa frustración por lo que nos falta o no podemos hacer. Y esto, también podemos aplicarlo a nuestras vacaciones: disfruta de todos tus días libres, aunque lo que quieras hacer sea sólo al final de tus vacaciones. Lo que esperas, llegará. Mientras tanto, puedes hacer otras cosas muy satisfactorias. Y si aprovechas esos días para estudiar o hacer algún curso, con una fecha límite, date cuenta de que necesitarás tiempo para avanzar, y dátelo.

- Mente de principiante: es la mirada que tienen los niños cuando ven algo nuevo, y se preguntan qué es, y se fijan en todos sus detalles. Esa atención que le ponen a las cosas les permite saborear todo lo que tienen delante, disfrutar cada momento. Por lo tanto, fíjate en todos los detalles, sobre todo, si viajas. Fíjate en los colores del cielo, la brisa, el olor del mar, el ruido de las olas, o el canto de los pájaros, el color de los edificios, el sabor y olor de las comidas, las sonrisas de las personas, y aquello de lo que te hablan. Aunque estés en un sitio donde has esto mil veces, si prestas atención, seguro que descubres algo nuevo, que lo vives de forma distinta.

- Confianza: en este caso, se refiere a confiar en uno mismo, en nuestro instinto y en nuestras emociones. Si no te sientes cómodo con algo, no lo hagas o no lo sigas. Y si crees que algo te va a aportar cosas positivas, tírate a la piscina.

- No esforzarse: a veces, tratamos de hacer o de lograr cosas que son muy difíciles de alcanzar, y ese sobreesfuerzo nos genera malestar, frustración, cansancio, mal humor... Prestar tanta atención cuando no se está acostumbrado, también puede ser un sobreesfuerzo. Por tanto, vive tu verano con atención a la experiencia, pero no te obsesiones con eso, no se trata de verlo todo, ni de escucharlo todo, ni de hacerlo todo. Se trata de disfrutar aquello que hagamos, aunque sea ver una película en el sillón.

- Dejar ir: se trata de dejar ir a aquellas cosas, pensamientos, ideas a las que nos aferramos. El apegarnos fuertemente a algo nos puede generar dolor, porque no seremos capaces de soltarnos de eso, pero a veces, no podemos evitar esa separación. Por tanto, luchamos contra algo inevitable, una batalla perdida. En esos casos, siempre es mejor aprender a soltar aquellas cosas que no podremos tener siempre. Por ejemplo, se trataría de no aferrarnos a la idea de que para disfrutar las vacaciones, tenemos que ir a un hotel en primera línea de playa. Si cedemos en esto, podremos darnos cuenta que podemos disfrutar en cualquier lugar, aunque no salgamos de nuestro barrio.

- Aceptación: es admitir que las cosas sean como son, en cada momento, y no pretender cambiarlo. Igual que el cielo es azul y no pretendemos que sea de otra forma, se trataría de aceptar las cosas que sí podemos hacer, y las cosas que no podemos cambiar, sabiendo que todo tiene su parte buena y su parte mala, pero viviendo cada experiencia. Si intentamos cambiar algo que no podemos, sólo nos frustraremos, e invertiremos tiempo y esfuerzo para no alcanzar lo que queríamos. Así, si en las vacaciones vas a un sitio que no te gusta, acepta que va a ser así, siendo consciente de que es lo que vas a vivir, y que habrá cosas que sí te gusten, y otras que no, pero dispuesto a saborerar  la experiencia.

Puede ser difícil aplicar estos principios a nuestra vida si no hemos practicado Mindfulness antes, pero puede darnos una idea de cómo vivir estos días con una actitud más abierta la experiencia y lo que vivamos, disfrutando algo más.

domingo, 1 de julio de 2018

7 COSAS QUE NO DEBES HACER ANTES DE DORMIR


Son muchas las personas a las que les cuesta conciliar el sueño. Generalmente, se debe a malos hábitos, que se mantienen en el tiempo, haciendo que el cuerpo se acostumbre a dormirse tarde y por agotamiento total. Pero cuando el cuerpo no descansa lo necesario (generalmente se recomienda entre 7 y 8 horas sueño), de forma habitual, puede producir efectos negativos en la vida de las personas. Por ejemplo, la fase REM del sueño está implicada en procesos de aprendizaje y memoria, por lo que puede implicar dificultades a estudiantes. También puede conllevar peor rendimiento en el trabajo, más irritabilidad, menor capacidad de atención...

El descanso es un proceso tan necesario para vivir como el beber y alimentarse, por lo que unas malas costumbres pueden perjudicar gravemente a nuestro bienestar, sobre todo, si se mantienen a lo largo del tiempo. Además, debemos tener en cuenta que, con el paso de los años, pueden ir apareciendo problemas de insomnio, por lo que es importante tener buenos hábitos de sueño desde el principio, ya que evitaremos que el insomnio aparezca en nuestras vidas antes de tiempo.

A continuación, os dejo varios ejemplos de cosas que no es recomendable hacer justo antes de dormir, puesto que interfieren directamente con el descanso:
  1. Ver películas o series de miedo, o que nos generen emociones fuertes, porque nos activan, nos despejan.
  2. Mirar redes sociales en el móvil: por dos motivos, la luz de la pantalla, nos despeja y, a parte, mirar las redes sociales es una actividad que no acaba nunca. Puedes seguir y seguir durante horas, y no eres consciente de cuánto tiempo llevas mirándolo, por lo que si lo haces antes de acostarte, retrasarás el momento de dormirte de forma indefinida.
  3. Jugar a videojuegos. Es una actividad que nos despeja, y que nos tensa, aunque nos parezca divertido, porque el objetivo del juego cuesta alcanzarlo, e intentamos lograrlo, una y otra vez. Eso nos mantiene despejados y atentos a cualquier estímulo, para reaccionar a tiempo en el juego.
  4. Tomar bebidas con cafeína, teína... aunque nos parezca que no nos ponen nerviosos, hacen que nuestro cuerpo esté activo, por lo que nos costará algo más conciliar el sueño, aunque nos parezca que no nos influye.
  5. Cenas copiosas: una digestión difícil interfiere en el descanso.
  6. Discutir: es algo que no podemos controlar completamente, pero si ocurre, siempre podemos solucionarlo, intentar resolver la discusión y llegar a un punto de acuerdo antes de dormir. Las emociones negativas fuertes, el enfado, hace que nos tensionemos, y es justo lo que debemos evitar.
  7. Hacer tareas pendientes con prisas: las prisas no ayudan a conciliar el sueño. Si justo antes de acostarnos, hemos estado haciendo algo muy deprisa, generamos en nuestro cuerpo una activación que va a seguir existiendo al ir a dormir, y que nos puede dificultar coger el sueño.
Por tanto, siempre es mejor dejar este tipo de actividades para unas horas antes de acostarnos. Así, daremos a nuestro cuerpo cierto margen de tiempo para que pueda relajarse antes de acostarnos.

lunes, 28 de mayo de 2018

¿CÓMO SÉ SI NECESITO AYUDA PSICOLÓGICA?


En nuestra sociedad, todavía no está completamente aceptada la enfermedad psicológica. Esto se debe, en gran medida, al desconocimiento. Parece que lo que la sociedad conoce sólo se basa en lo que ven u oyen: las noticias de personas que comenten actos violentos, y que padecían algo llamado "enfermedad mental". Y, a partir de ahí, se generaliza la agresividad, impulsividad o "locura" de una persona a cualquier otra que tenga un "trastorno psicológico que suene parecido".

Otras veces, el desconocimiento lleva a los falsos mitos sobre lo que es un trastorno psicológico, cómo se comportan esas personas, qué se puede hacer o no en esos casos... O puede llegar hasta el punto de que se niegue que existen este tipo de trastornos, como si fueran excusas que se buscan para "evitar ir a trabajar", por ejemplo.

Toda esta situación genera un ambiente en el que la persona afectada por algún tipo de sintomatología psicológica (por muy leve que sea) puede intentar negar su problema, por temor a ser estigmatizado por los demás, o por el propio estigma que se ponga él mismo. Es decir, no quiere creer que tenga una enfermedad mental, porque eso es "estar loco", "estaré así el resto de mi vida", y/o "¿qué pensarán los demás cuando se enteren?".

Todo esto hace que sea difícil para la persona el buscar ayuda profesional. Tiene tantas dudas y tantas falsas creencias, que el miedo a lo que desconoce, le puede frenar. Por ejemplo, algunas falsas creencias que las personas pueden tener sobre los trastornos psicológicos pueden ser:

- Los trastornos psicológicos son para toda la vida: esto no tiene porqué ser así. En la mayoría de los casos, las personas pueden mejorar y superar por completo, o en buen grado, los problemas que tengan.

- El ser diagnosticado de un trastorno psicológico supone un cambio negativo en la vida (como tener que dejar el trabajo, que te puedan ingresar...) : Tampoco tiene porqué ocurrir nada de esto. Son casos muy concretos en los que las persona no está en condiciones de desarrollar un trabajo, o que hacen necesario su ingreso en un centro.

- El ir a un psicólogo es "estar loco": el término "locura" se basa en el desconocimiento de lo que realmente son los trastornos psicológicos. Hay un amplio grupo de trastornos psicológicos que no se parecen en nada a lo que la gente suele llamar "locura". De hecho, muchas personas, a lo largo de su vida, se encuentran con problemas que nos pueden ocurrir a cualquiera, y que les generan un malestar muy grande, y sentirse incapaces de salir de esa situación por sí mismos. ¿Acaso está loco alguien por no superar la pérdida de un ser querido?, por ejemplo.

Todas estas ideas (y algunas otras no recogidas en la lista), pueden llenar la cabeza de la persona que necesita ayuda, generarle dudas, y frenarla en la búsqueda de quién le guíe hacia una solución. 

Una de esas dudas que pueden surgir es si realmente se necesita ayuda o no. La respuesta esta pregunta es sencilla: si sientes malestar, ante algo en tu vida que crees no poder manejar, y ese malestar está interfiriendo en tu vida (por ejemplo, rindes menos en el trabajo o en los estudios, te hace salir menos con tus amistades o tienes más conflictos con las personas con las que te relacionas, pierdes el apetito o comes sin control, duermes mal), es el momento para buscarle una solución al problema

De hecho, para acudir a un psicólogo, no es "necesario" tener un trastorno como tal, que cumpla todas las condiciones para el diagnóstico. Un psicólogo puede, simplemente, enseñarte estrategias que te sirvan en tu día a día para enfrentarte mejor al estrés, a los conflictos con otras personas, a tomar decisiones... O a cambiar tus hábitos de vida para tener una mejor salud... entre muchos posibles ejemplos.

Si crees que no puedes hacer frente a eso que te pasa (por nimio que pueda parecerles a los demás) tú sólo, necesitas ayuda. Tú eres quien realmente te conoce, y quien sabe qué puedes enfrentar sólo y qué no. No importa si alguien te dice que es una tontería o que ellos ya lo habrían resuelto o que es algo común, si para ti es un problema importante y difícil de afrontar, no tienes porqué frenarte en buscar ayuda profesional.

jueves, 26 de abril de 2018

CUANDO NO CONSIGUES RELAJARTE...


Hay múltiples situaciones en nuestro día a día que nos hacen tensarnos, enfadarnos, estresarnos... Esto nos puede hacer que discutamos con los demás, que tengamos estados de ánimo negativos, que no podamos conciliar el sueño, que acumulemos más cansancio... a parte de dolores de cabeza, molestias estomacales, dolores musculares...

A veces, no nos damos cuenta de esa carga que vamos acumulando, porque estamos tan centramos en las tareas que nos corren prisa, que no dedicamos ni un segundo a parar. Y es sólo, cuando paramos, cuando nos damos cuenta del cansancio, del hambre, del mal humor, y de las ganas que tenemos de descansar. Pero descansar... a veces, no es tan sencillo: puede haber circunstancias en la vida que nos dificultan el relajarnos, si no sabemos cómo afrontarlos. Por ejemplo:

- Tener tareas pendientes: nos puede ayudar a terminar antes el buscar mejores formas de organizarnos (aunque tengamos que invertir un tiempo en pensar cómo hacerlo, luego ahorraremos tiempo en hacer las cosas). También podemos pedir la colaboración de aquellos con los que vivimos (aunque sea para cosas sencillas, que parezca que no requieren tiempo o esfuerzo, si podemos librarnos de algunas, nuestro cuerpo lo notará). Y otra forma muy práctica es priorizar (si hacemos las tareas más importantes, y dejamos las secundarias para otro momento, no nos cargaremos tanto).

- La convivencia: a veces es difícil, porque los estados de ánimo negativos provocados por el estrés o el cansancio nos hacen comportarnos de forma seca, borde o agresiva con los demás. Nos podemos poner a la defensiva por cualquier cosa que nos digan, porque tendemos a darle una interpretación negativa a las cosas que pasan o nos dicen cuando estamos cansados. Además, al estar así, solemos necesitar más espacio, más silencio, más tranquilidad... lo que a veces, es difícil al estar con otras personas en una casa, porque cada uno tiene cosas distintas que hacer, estados de ánimo distintos, ganas de hacer cosas distintas... Y si a esto le añadimos que por ese estado de ánimo no tenemos ganas de decir las cosas de forma amable y poniéndonos en la situación del otro, nos puede ser más difícil el establecer límites que nos permitan relacionarnos mejor con los otros para conseguir relajarnos. Por eso, aprovecha un momento en el que estés relajado para explicarle a las personas con las que convives lo que necesitas (por ejemplo, que al llegar a casa, te saluden y te den tiempo y espacio para relajarte, antes de charlar, cenar o lo que quieran hacer contigo).

- Compartir habitaciones: para poder relajarnos, es primordial que el espacio en el que lo hagamos sea íntimo, tranquilo y sin interrupciones, cosa que puede ser complicada al vivir con otras personas. Por eso, cuando vayas a relajarte, puedes pedir a los demás que no te llamen, te pregunten, te busquen... Busca ese espacio donde puedas estar sólo. También puedes pedirles que intenten no hacer mucho ruido.

Y, cuando ya no tengas tareas importantes pendientes, y tengas un momento y lugar tranquilo donde poder relajarte, sólo te queda aprovecharlo: puedes usar cosas que te relajen (por ejemplo, velar aromáticas, cremas para darte un masaje, música tranquila, un antifaz...), o hacer cosas que te relajen (por ejemplo, darte un baño, leer, pintar o dibujar...). Lo importante es que te centres en eso que estás haciendo para relajarte, en el momento. Porque, a veces, tenemos tantas ganas de relajarnos, que no podemos por eso mismo: estamos más pendientes de lo tensos o casados que estamos que de disfrutar del momento de relax. Y si no podemos disfrutar del momento de relax, no podremos relajarnos. Así que, simplemente, disfruta.

martes, 10 de abril de 2018

CUANDO LOS DEMAS SIEMPRE NOS DEFRAUDAN


Todos nos hemos sentido dolidos, alguna vez, por lo que los demás hacen. Pensamos que hemos sido engañados, que realmente esas personas no nos valoraban, o que no les importábamos. Puede que esto realmente fuera así... o puede que no.

Hay personas a las que esto les ocurre con frecuencia, y no es porque realmente sean personas menos valiosas que los demás, o que se dejen llevar por los otros con más facilidad que el resto de la gente... Puede que, simplemente, esperen demasiado de los otros...

Según vamos creciendo, vamos aprendiendo cosas del mundo, de cómo funciona, y de cómo debemos actuar nosotros mismos. Aprendemos reglas que nos dicen qué suele pasar ante una situación, adquirimos valores que nos dicen lo que está bien y lo que no, y con esto, determinamos qué se debe hacer en cada momento. Cuanto más nos creamos estas reglas, más expectativas nos crearemos sobre cómo tiene que ser el mundo. Pero no siempre acertaremos, porque no podemos tener tanta experiencia como para haber vivido cualquier situación. Siempre existirán circunstancias que queden fuera de "lo que sabemos" sobre el mundo y sobre la vida.

Además, tenemos que tener en cuenta otra cosa: cuanto más nos creamos que esas reglas son verdaderas o ciertas, o que son la realidad, más fácil será que intentemos aplicarlas a todo, incluyendo al resto de personas. Es decir, consideraremos que los demás deben estar de acuerdo/cumplir las reglas que nosotros tenemos, porque son las verdaderas. Pero, si sabemos que cada persona es distinta y única... ¿cómo podemos esperar que todos se comporten en función de lo que nosotros pensamos? Es ahí cuando aparece el problema... Cuanto más apegados estemos a esta creencia (que los demás deben comportarse como nosotros lo haríamos), más fácil es que nos enfademos cuando no lo hagan.



Debemos tener en cuenta que cada persona crece y se desarrolla en una cultura, grupo, familia, momento, situación económica o temporal, distinta. Cada persona se enfrenta en su desarrollo a distintas situaciones y circunstancias, por lo que aprende cosas distintas del mundo. Aprende a entender cómo es la vida de forma diferente y, por tanto, establece su propia manera de entender el mundo y de cómo comportarse ante él. Tendrá sus propios valores, sus propias prioridades y su propia forma de relacionarse con los demás.

En distintas entradas, ya se ha comentado que ante una misma situación, las personas pueden actuar de distinta manera, porque interpretan la situación de distinta forma y tienen distintas habilidades para enfrentarse a dicha situación. Por tanto, es muy probable que si pensamos que la manera correcta de hacer algo es de una forma en concreto, cuando otra persona no lo haga así, pensaremos que lo está haciendo mal. Juzgamos su forma de actuar, aunque sea igual de válida que la nuestra, porque "la mía es la buena". Y cuando pasa esto, lo que hacemos es atribuir "lo malo" de su comportamiento a su personalidad. Es decir: no es que se haya comportado mal, es que "es malo", "me ha perjudicado intencionadamente", "no le ha importado hacerme daño", "me ha engañado", etc. Es el otro quien, "sabiendo cómo debe comportarse" (es decir, como yo creo que debe hacerlo), hace las cosas mal, sin importarle lo que implique para mí. Es entonces cuando tendemos a tener una opinión negativa de los demás, y tendemos a separarnos de ellos. Y parece que casi se convierte en un hábito el que los amigos no duren "para siempre", porque nos volvemos tan estrictos con cómo deben ser, que nos olvidamos de que cada uno es como es, y de que no somos el centro de la vida de todo el mundo... Porque cuando interpretamos que los otros nos hacen daño, lo más probable es que ellos ni siquiera se hayan parado a pensar en qué puede suponer lo que van a hacer para nosotros... porque en lo que se centran, es en hacer su vida, como todo el mundo.

Por todo esto, es muy difícil ser feliz si tenemos unas altas expectativas sobre cómo deben comportarse las personas que nos rodean... porque esas reglas son nuestras, no suyas. Cada persona actúa y vive de una forma, según considera que es lo mejor, y es imposible que los demás se comporten siempre como uno espera. Por eso, intentar dejar de lado esas expectativas, y ponernos en la piel del otro, pueden ayudarnos a ver las cosas de otra manera.

Si nos relacionamos con los demás a través de la aceptación, de la tolerancia, del respeto y del cariño, podremos ver que los demás son tan buenos como nosotros, y nuestras relaciones serán mucho más sanas, fuertes y duraderas.

miércoles, 28 de febrero de 2018

COMER PARA CALLAR LAS EMOCIONES


Ya sabemos lo provechoso que es vivir en sociedad, y el estar adaptado en ella, porque nos hace la vida más fácil, nos ayuda a sobrevivir. Sin embargo, la sociedad no sólo nos enseña cosas que nos ayudan en nuestro día a día, si no que también, nos enseña malos hábitos. Uno de ellos, es el intentar acallar nuestras emociones (estados de ánimo desagradables, generalmente), a través de la comida (o, mejor dicho, de la comida insana).

Esta conducta es muy frecuente, y se encuentra reflejada en muchos aspectos del día a día de la gente. Por ejemplo, en las fiestas, aunque no sea una hora central del día, siempre hay comida. En el cine, los recipientes de las palomitas son enormes. Abundan los restaurantes que sirven comida gigante. Incluso, en muchos restaurantes hay retos: hamburguesas enormes que, si las terminas dentro de un tiempo determinado, son gratis.

Seguramente estés pensando "¿y qué hay de malo en esos ejemplos? ¡vaya tontería!". Puede parecerlo: ese es el problema. En todos esos casos, la comida no tiene el valor de alimentarse. La gente no se come una hamburguesa XXL porque tenga hambre. Cuando comes hasta inflarte, no comes porque tengas hambre. En esos casos, se le está dando un valor "lúdico" a la comida. Se convierte, algo tan natural y sano como alimentarnos para sobrevivir, en una actividad que podemos hacer... porque sí. Y en ese momento, es cuando deseamos comer aunque no lo necesitemos. Comemos, por comer, y nos atiborramos de chocolate, patatas fritas, chucherías, bollería y todo aquello que sea rápido, barato, y poco nutritivo.

Pero ahí no acaba la cosa: como ese tipo de comida es divertido... ¿por qué no comerlo cuando estoy triste? Un claro ejemplo de esto es la típica película en la que las protagonistas, deprimidas, se ponen a comer tarrinas de helado de kilo, con una cuchara (sin medir la cantidad), mientras ven una película. En ese caso, ya se le da un valor más a la comida: el de regular las emociones. Aunque, mejor dicho, lo que se hace es intentar acallarlas. Porque, mientras como, me distraigo y, encima, está rico. Y ahí llega el problema: cuando comemos así hay dos opciones: a) paro de comer, y me doy cuenta de que sigo igual de mal (con las mismas emociones negativas), o b) sigo comiendo hasta que mi cuerpo no puede admitir más comida (me sentiré mal por las emociones que tenía, por la culpa por no haber parado de comer, y me dolerá el estómago, por ejemplo). Este último ejemplo es el extremo, el de personas con fuertes sentimientos negativos que no saben cómo afrontar y no son capaces de hacerles frente si no es de esa manera. Pero al ser casos extremos, podemos pensar que son poco frecuentes, pero, en realidad, están ahí. Personas, que un día, vieron un anuncio en la televisión de una chica adolescente que llega a casa, triste, y su padre, sin saber cómo consolarla (sin saber gestionar las emociones de una manera sana, como podría ser un abrazo, la escucha activa, etc), le prepara un plato de comida rápida (e insana) para cenar. Y el anuncio termina con los dos comiendo y riendo.

No olvidemos que, los anuncios, aunque sean sólo anuncios, son ejemplos de la sociedad. Su objetivo es decirnos qué hacer, qué comprar... en definitiva: cómo comportarnos. Y lo que un día vemos por la tele, que puede parecernos algo sin importancia, al día siguiente podemos hacerlo en casa. Y cuando eso se convierte en una costumbre (cuando todos los días como chocolate, aunque tenga diabetes o sobrepeso, por ejemplo), empieza a tener una importancia, un impacto negativo, de algo que, sin darnos cuenta, se nos puede ir de las manos.

Intentemos ser conscientes de que, comiendo, no vamos a sentirnos mejor. En cambio, hay otras mil cosas diferentes que podemos hacer para sentirnos mejor: hablar con alguien de nuestras emociones, hacer cosas que nos hagan sentirnos útil y satisfechos, practicar la atención plena (te dejo un enlace introductorio sobre el tema picha aquí), cuidarnos... Y si, aún así no sabemos cómo manejar esos estados de ánimo negativos, podemos buscar la ayuda de un psicólogo.

lunes, 12 de febrero de 2018

¿QUE HAGO SI MI HIJO ES MIEDOSO?


El miedo es una emoción normal en la infancia. De hecho, es una de las emociones universales, que existen en todas las culturas del mundo, y esto es así por su valioso poder evolutivo: el miedo ha mantenido a salvo a la humanidad durante toda la Historia. Por ejemplo, el miedo a las alturas evita que nos acerquemos a un precipicio y, por tanto, que podamos caernos. Y esa capacidad "protectora" ha sido tan importante que está integrada dentro del desarrollo de los seres humanos. Por eso, incluso los bebés, que no son capaces de razonar sobre la posibilidad de sufrir ningún daño, sí que son capaces de sentir miedo. Pero los niños no sienten miedo a las mismas cosas durante todo su crecimiento... Es decir, según van creciendo, van experimentando miedos a distintas cosas. Son lo que llamamos miedos evolutivos. Estos miedos se caracterizan porque cada uno se asocia a una etapa (el primer año de vida, el inicio de la niñez, la etapa preescolar, la niñez media, la preadolescencia y la adolescencia). Así, es normal que un bebé tenga miedo a los ruidos fuertes, pero cuando crezca, dejará de tener ese miedo y pasará, por ejemplo a tener miedo a los fantasmas o a los monstruos. 

Por tanto, podemos decir que es normal que los niños tengan miedo. Sin embargo, hay veces en los que los niños no son capaces de superar ciertos miedos y, al crecer, esos miedos empiezan a interferir en su día a día. Por ejemplo, que una niña de 12 años tenga miedo a la oscuridad puede no parecer importante en un primer momento, pero por ejemplo, puede impedirle aceptar una invitación a dormir en casa de una amiga por no sentirse capaz de ir al baño si se despierta en medio de la noche. Éste es sólo un ejemplo, y pueden haber muchos otros casos en los que el miedo impida a los niños realizar cualquier actividad, y puede conllevar, también, que los padres y familiares cercanos se vean afectados por la situación en la que el menor se encuentra. Por eso, vamos a ver algunas pautas que pueden ayudar a los niños a superar sus miedos cuando éstos generan problemas en su día a día.

- La sobreprotección no ayuda: si cada vez que el niño tiene miedo, los padres se "encargan" de hacer lo necesario para que no tenga que enfrentarse a su miedo, el miedo va a ser cada vez más grande, porque el niño no aprenderá que no hay nada a lo que temer.

- Los miedos se superan enfrentándolos: para poder superar un miedo, hay que vivir aquello que nos genere el miedo. Es la única forma de que aprendamos y nos demos cuenta de que, realmente, no hay peligro. Por ejemplo, para superar el miedo a la oscuridad, hay que estar a oscuras; o para superar el miedo a los perros, hay que estar con perros. Así es como veremos que no pasa nada.

- Cómo lo hacemos:

  • Tendremos que tener en cuenta la edad del niño: en casos de niños muy pequeños, los pasos que debemos deben ser muy suaves, generando jerarquías que permitan al niño ir superando el miedo poco a poco.
  • Evitar forzar al niño: si intentamos que el niño avance más rápido de lo que realmente puede, lo que estaremos haciendo es empeorar la situación. No debemos añadir mayor estrés por obligar al niño a hacer algo que no quiera. Deberemos, siempre, buscar alternativas.
  • Hacer que el niño sepa que, aunque no estemos en la misma habitación, cuidaremos de ellos si es necesario.
  • El que vea a otros niños de su edad hacer aquello que a ellos les da miedo, les puede ayudar a enfrentarse al miedo.
  • Reforzar los pasos que den para afrontar el miedo puede ser muy valioso (dar muestras de cariño, de ánimo, sonrisas, etc.)
  • Fomentar la autonomía de los niños hace que se sientan capaces de ir más allá, de hacer cosas nuevas y, por tanto, de querer superarse.
  • Si el niño es muy pequeño, puede ayudarle el darle un "amuleto" que le proteja, que le haga sentir que no va a pasarle nada malo. Por ejemplo, el muñeco de un superhéroe que le defienda ante los monstruos.
  • Utilizar objetos como ayudas puede ser muy facilitador para los niños. Por ejemplo, pequeñas luces en el pasillo al baño para que la oscuridad no sea completa, le hará más sencillo enfrentarse a la oscuridad.
  • Y nunca, debemos ridiculizarlo por su miedo.


Por supuesto, si el malestar del niño/a es muy elevado, siempre es mejor buscar la ayuda de un psicólogo/a que nos guíe. Asegurar el bienestar del niño siempre es primordial.

miércoles, 3 de enero de 2018

Y TÚ, ¿A QUÉ LE TIENES MIEDO?


¿Recuerdas la última vez que sentiste miedo? Puede que haga mucho tiempo, o puede que haga poco, pero has tenido esa experiencia. Todos los seres humanos sentimos miedo. Para la mayoría de las personas, es una emoción desagradable, que se intenta evitar siempre que se puede. En cambio, a otras personas, les genera sensaciones que les resultan a atractivas (como a quienes les gustan las montañas rusas o las películas de terror). Sin embargo, aunque para la mayoría de las personas éste no sea el caso, esta emoción ha llegado a nuestros días por una sencilla razón: nos ha ayudado a mantenernos con vida a lo largo de la evolución.

El miedo nos mantiene alejados de aquellas cosas que pueden ser peligrosas para nuestra supervivencia. Las alturas, las serpientes, los aviones, perros, arañas... son cosas que suelen generar miedo, pero es muy raro que alguien tenga miedo, por ejemplo, a los conejos, porque no suponen ningún peligro para nosotros.

El miedo no siempre es adaptativo, no siempre nos ayuda, si no que, a veces, puede interferir en nuestra vida cotidiana. Podemos llegar a tener miedo a los conejos, y eso puede ser un problema si, por ejemplo, somos veterinarios o si alguien con el que convivimos tiene uno como animal de compañía. Ante esta idea, puede surgirnos una pregunta: ¿cómo se puede tener miedo a un conejo? Y la respuesta es sencilla: el miedo puede aprenderse. Al principio, cuando nacemos y vamos creciendo, todos tenemos miedos evolutivos. Son miedos que, por así decirlo, están "preprogramados" en nuestro cerebro. En función del desarrollo de los niños, estos miedos se van superando y van apareciendo otros nuevos. Por ejemplo, el miedo a la separación de los padres, y el miedo a los extraños aparecen ya en los bebés (¿quién no ha visto llorar a un bebé al separarse de su madre?), pero sería muy raro que un adolescente tuviera este miedo. Otro ejemplo sería cuando el bebé va creciendo (entre los 3 y los 6 años), y va empezando a desarrollar la imaginación: es ahí cuando empieza a tener miedo a los fantasmas, los monstruos o la oscuridad. Este tipo de miedos, se van superando, porque el niño va adquiriendo habilidades y se va enfrentando a situaciones que le evocan el miedo, y termina superándolo. Pero, según esto, se podría pensar que los adultos ya no deberían tener miedo, pero lo tienen por un sencillo motivo: en la vida diaria, existe riesgo de sufrir un daño. A todos nos dan miedo las enfermedades dolorosas o que pueden conllevar la muerte; a todos nos dan miedo los accidentes de tráfico; etc. Por tanto, aunque existan miedos que aparezcan en la infancia y desaparezcan con el paso del tiempo, siempre quedarán otros miedos. Es a partir de estos miedos, y/o de situaciones vividas, de donde se pueden aprender los miedos no adaptativos, por ejemplo, el miedo a los conejos.

En 1920, Watson realizó un experimento que consistía en asustar a un bebé de 11 meses, sin ningún miedo previo a animales, cuando se encontraba con una rata. Al principio, el simple hecho de enseñar y colocar la rata junto al bebé no le generaba miedo, pero empezaron a asustarlo con ruidos fuertes cuando le enseñaban la rata. Después de hacer esto en varias ocasiones, el bebé lloraba con sólo enseñarle la rata, incluso, al enseñarle otros animales a los que antes no tenía miedo y que no se le habían enseñado con ruidos, como perros, o conejos. Esto ocurre porque el miedo se aprende y se generaliza (es decir, se evoca ante situaciones o circunstancias parecidas a las que generaron el miedo en primer lugar). Otro ejemplo podría ser el de cualquier persona adulta, que vuelve del trabajo por la noche y es atracado. Es muy probable que tras ese suceso, la persona tenga miedo, en mayor o menor grado. Podría ser que tan sólo intente evitar la calle donde pasó y de un rodeo, pero también podría ocurrir que desarrollara un miedo más fuerte que le impidiera salir sólo de noche (con las complicaciones que podría tener por su horario de trabajo, por ejemplo). 

Por tanto, aunque no podamos evitar siempre el miedo, y éste pueda llegar a interferir de forma negativa en nuestra vida, hay algo bueno: y es que igual que el miedo puede aprenderse, también puede aprenderse a no tener miedo de las cosas corrientes.