miércoles, 28 de diciembre de 2016

NUEVO AÑO... NUEVOS PROPÓSITOS

Cada 365 días, la Tierra da una vuelta al sol. ¿Qué mejor que celebrarlo? El 31 de diciembre es una de las fechas que se celebra prácticamente en todo el mundo. En cada país, se celebra de distintas maneras, se busca la suerte de distinta forma... pero hay algo común en todos lados: los nuevos y buenos propósitos que cada uno tiene para el nuevo año que entra.

Hay propósitos muy comunes, como dejar de fumar, empezar a hacer ejercicio o aprender algo. Otros, pueden ser menos frecuentes. Pero todos tienen algo en común: la dificultad de llevarlo a cabo. Porque hay mucho camino entre pensar una meta y llegar a alcanzarla. Todo es posible de conseguir, pero si sólo fijamos el objetivo, nos será muy difícil alcanzarlo. Sería como querer ir de viaje a París pero sin pensar cuándo, ni en qué transporte, ni el hotel... Al final nos quedaríamos en casa esperando a que París apareciera.
Por eso, os voy a proponer unos consejos básicos para facilitaros que en el 2017 podáis alcanzar vuestros propósitos:
  1. Definir el propósito: a veces, llegamos a las campanadas sin saber si quiera nuestros propósitos, y cuando llega el momento, surgen algunos deseos... sin materializar. Es decir, cosas nada concretas, muy ambiguas y amplias. Por ejemplo: "fumar menos", "estudiar más", "aprender inglés". No me refiero a que sean malos propósitos, pero cuanto más estén definidos, más fácil es alcanzarlos. Por ejemplo, podrían convertirse en "fumar menos de una cajetilla al día", "estudiar dos horas de lunes a viernes", "ir a clases de inglés".
  2. Analizar el propósito: se trataría de pensar si ese objetivo es viable para nosotros, si realmente lo podemos llevar a cabo. Por ejemplo, ir a clases de inglés puede ser inviable para una persona que trabaje a turno partido, a no ser que encuentre una academia para los fines de semana; o para una persona que no pueda pagarlo (aunque hay centros donde la cuota es mínima). Es decir, se trata de ver si hay algo que me haga imposible alcanzarlo. Si esto ocurre, hay dos dos posibilidades: A) reformular el propósito en cuanto a sus características (por ejemplo: comprar materiales autodidácticos para "estudiar 3 horas/semana inglés en casa"); o B) cambiar de propósito (buscar otro propósito que podamos realizar).
  3. Desglosar el propósito: se trata de imaginarse cada uno de los pasos que nos acercan desde el punto en el que nos encontramos ahora hasta nuestra meta. Por ejemplo: decidir cuánto dinero podemos invertir, en cuántas academias vamos a pedir presupuesto y horario, cuándo y cómo vamos a contactar con las academias, y una vez que tengamos toda la información para decidir, cuándo vamos a empezar a ir a las clases. Es importante que el plan sea realista, es decir, que si al mes podemos gastar 100 euros, no pongamos de límite 200, porque iremos el primer mes a la academia, pero el segundo no podremos pagarlo. O pensar que en una semana vamos a haber consultado todas las academias de la zona, si sólo tenemos una hora al día para hacerlo. Si no podemos llevar a cabo el plan, nunca alcanzaremos la meta, por eso tiene tanta importancia ajustar el plan a nuestras circunstancias.
  4. Llevarlo a cabo: una vez elaborado el plan, el siguiente paso es hacerlo. Aquí, podemos abandonar en el caso de que el plan no sea realista y no se pueda cumplir. En ese caso, lo único que hay que hacer es pensar qué ha fallado del plan y buscar alternativas. Si el plan está bien elaborado y nos hemos apuntado a la academia, ya sólo queda una cosa (pero no por ello lo más sencillo): ir, moverse intentarlo. Es difícil por la pereza (por ejemplo, por el mal tiempo que haga, lo cansados que estemos...), pero también porque tenemos que crear una buena rutina. Hacer algo nuevo con frecuencia, en nuestro día a día, no es algo sencillo. Supone reorganizar cosas, más esfuerzo, menor tiempo libre, más gastos... Si después del trabajo solíamos quedarnos tomando algo con los compañeros, ya no podemos hacerlo, y, además, vamos a hacer otra cosa que puede ser menos divertida y que nos cansa porque requiere esfuerzo. Por eso, es importante buscar motivaciones. Por ejemplo: recordarnos por qué hemos querido cumplir ese propósito y pensar en los beneficios que tiene a largo plazo; o darnos pequeños caprichos después de realizar la actividad (salir a tomar algo con los amigos después de la clase, leer, escuchar música...).
Y alguna recomendación más sencilla...

- Realizar el propósito con otras personas ayuda a no dejar de hacerlo (por ejmplo, apuntarse con algún conocido).
. Buscar cosas que nos puedan gustar (por ejemplo, si queremos hacer ejercicio pero nos aburrimos en el gimnasio, a lo mejor nos puede gustar más ir a clases de baile, o zumba, yoga...).
- Son más fáciles de lograr los pequeños objetivos: si el objetivo es muy difícil, o no está ajustado a nosotros, nos llevará mucho esfuerzo y terminaremos abandonando. Por ejemplo, no es lo mismo correr 5 km al día para alguien que ya corre, que para alguien que casi no camina. En este caso, sería mejor ponernos pequeñas metas, como empezar caminando media hora todos los días, y ir aumentando la exigencia en función del progreso que se vaya haciendo.
- Buscar el tiempo y el lugar idóneos para hacerlo, generando una rutina, hace más cómodo seguir haciéndolo en el futuro.
- Alegrarnos cuando lo hagamos cada vez, y no reprocharnos a otros mismos el no hacerlo un día. Lo importante es que aunque un día no podamos, lo hagamos al siguiente.
- Centrarnos en un propósito. Si tenemos mil ideas en la cabeza, será mucho más difícil cumplir cualquiera de ellas. Por eso, es mejor pensar cuál nos interesa más y empezar por ahí. Ya tendremos tiempo de cumplir el resto.

lunes, 19 de diciembre de 2016

LAS NAVIDADES TAMBIÉN ESTRESAN

Estamos comenzando la Navidad, una época del año muy bonita, donde nos reunimos con nuestros seres queridos, y sacamos lo mejor de nosotros mismos... o eso intentamos. Pero, no es oro todo lo que reluce. 

La Navidad rompe rutinas, y genera estrés. Parece que todo son dulzuras: regalos, luces navideñas, turrones... Pero lo cierto es que cambian las rutinas de todo el mundo, en el mismo periodo de tiempo. Los niños no tienen colegio, y hay que buscar quien se quede con ellos. Hay que organizar las compras navideñas: regalos y comida. Hay que cuadrar agendas para comidas y cenas (de empresa, de amigos...). Pero hay que seguir yendo a trabajar. El transporte público va lleno, las calles están llenas de gente, se forman colas... Y tenemos un gasto de dinero muy elevado. Compartimos lotería, hacemos regalos junto con otras personas, compramos y compramos, y perdemos la cuenta de cuánto le tenemos que dar a Fulanito por los décimos que compartimos, y cuánto me debe Menganito por el regalo que hacemos a nuestra amiga.

Pero ahí no queda la cosa... Hay gente que no le gusta la Navidad y no puede ir a ningún sitio para huir de ella. Personas a las que no les gustan los villancicos, y sus vecinos los ponen a todas horas.

Y luego están las reuniones: comidas y cenas que hacemos con los compañeros de trabajo, con los amigos, o con la familia. Reuniones en las que es fácil encontrarnos con personas con las que no nos llevamos bien, que evitamos el resto del año, pero que en estas fiestas... están ahí. Esto genera mucho estrés. Porque ya solemos ir a estas reuniones pensando en el malestar y la incomodidad que nos generan esas personas... y que vamos a tener que sonreírles y felicitarles las fiestas... Esperamos, deseamos, no pasar mucho tiempo con ellos, por intentar evitar oír frases o comentarios que nos hagan sentir mal o nos enfaden... porque recordemos que en estas reuniones se suele beber, y es más fácil decir cosas que no queremos decir.

Por todo esto, nuestras rutinas y hábitos cambian. Comemos cosas distintas, y mucha más cantidad. Dormimos menos, porque salimos más. Estamos más cansados porque tenemos tiempo para parar a lo largo del día. Y nuestra cabeza no parar quieta, todo el tiempo pensando en las cosas que hay que organizar.

Por eso, es importante intentar reducir el estrés en estos días. Ahí van unas posibles pautas:

- Ante la falta de tiempo: organización. Piensa con antelación cuándo vas a hacer ciertas cosas, como cuándo vas a hacer las compras para las comidas familiares o cuándo vas a comprar los regalos. Quizá el comprar por internet o en tiendas cercanas a tu casa o trabajo te ayude, porque ahorrarás tiempo.

- Si te agobia el bullicio, no vayas a Sol. Hay muchas personas a las que les cansa y estresa mucho las aglomeraciones de gente. Planea distintas formas de hacerlo para no encontrarte con tanta gente. Por ejemplo, si quieres ir a ver las luces navideñas, ve a principios de Diciembre, que ya suelen estar puestas, y en las primeras hora de la noche. O si sólo quieres pasear, ve durante el día. Las compras, mejor hacerlas entre semana. Es decir, busca los momentos en los que no suele haber tanta gente en la calle (a media mañana, días de diario... cuando la mayoría de la gente está trabajando).

- No te lleves sorpresas con la cartera. Pon límites de dinero a la hora de comprar los regalos. Piensa en todos los que tienes hacer y en cuánto dinero puedes gastar. Apunta los gastos de las compras compartidas para no perder la cuenta. Y en cuanto a las comidas, piensa en cuánta comida sobró en años anteriores. Compra los dulces que más os gusten, y deja en la tienda aquellos que siempre se quedan en la bandeja. Todo lo que cojas pensando "por si acaso hace falta", no lo compres, sobra. En estas fiestas picamos mucho al principio y luego siempre sobra comida. Y no vayas a comprar con hambre, comprarás más de la cuenta por las ganas de comer.

- Busca pequeños momentos para ti. Para practicar la atención plena, para descansar, para leer, para escuchar música, para ver una serie que nos hace reír, para conversar, para darnos un baño relajante, para pasear... Parece difícil pero siempre es posible buscar algunos minutos al día para poder hacer estas cosas. Simplemente, parar, y disfrutar de la vida.

- No intentar hacer más de lo que se puede. Muchas veces, intentamos hacernos cargo de todo nosotros solos. Intentamos ser superhéroes, pero no nos damos cuenta de que somos humanos. Busquemos ayuda para hacer las tareas. Repartamos con los demás lo que hay que hacer. Incluso los niños pueden ayudarnos a envolver regalos, poner la mesa, o preparar los aperitivos.

- Disfrutar del cariño de los demás. Los besos, los abrazos, el cariño de una sonrisa, llena el alma, nos relaja y nos llena de energía. Paremos cuando estemos con nuestros seres queridos, y disfrutemos de su compañía y del cariño que nos demuestran con los pequeños gestos. Al fin y al cabo, es lo que nos enseña la Navidad.

jueves, 15 de diciembre de 2016

LA MÚSICA ENSEÑA, PERO NOSOTROS TAMBIÉN

Hace poco, me enteré de que hay una nueva canción de moda. No voy a decir ni el artista ni el título, para evitar hacer cualquier tipo de publicidad. El caso es que decidí leer la letra de la canción, y me sorprendió los mensajes que aparecen. Habla de "estar enamorado", cuando en realidad, la letra va de sexo. Si se lee con atención, es fácil darse cuenta de ello. El problema, es que hay mucha gente que no lo hace, sobre todo, en la adolescencia.

En esta etapa de la vida, juegan un papel muy importante las hormonas, y lo que se desea es adaptarse, ser aceptado. ¿Qué hay más importante para un adolescente que sus amigos? Por ellos, por ir a moda, por hacer lo que "mola" (o como se diga ahora), se pueden llegar a hacer muchas tonterías. Por ejemplo, fumar, emborracharse, llevar ropa minúscula por ir sexy (aunque haga 3 grados en la calle), o tener relaciones sexuales sin protección.

Puede parecer una tontería cantar una simple canción que ahora está de moda y en tres meses no se escuchará por la radio, pero en el fondo, no lo es. La música es cultura, y la cultura refleja las ideas de la sociedad. Si en una canción se habla de relaciones sexuales esporádicas, si se habla de sexo confundiéndolo con estar enamorado... Lo que se está haciendo, es normalizarlo, hacer que la sociedad lo considere normal. Y puede serlo. Es decir, no tiene porqué ser malo el mantener relaciones sexuales fuera de una relación simplemente por placer, pero no es lo mismo que lo hagan personas adultas que adolescentes, que todavía están creciendo. Y ahí es donde está el problema: los adolescentes quieren crecer, parecer adultos, quieren dejar de ser niños, y para ello, imitan a los adultos: fuman, beben, y tienen relaciones sexuales.

Todavía existe cierta presión entre los adolescentes en cuanto al sexo. Chicas que acceden a tener relaciones, aunque no estén seguras, porque creen que sus amigas lo han hecho, o porque el chico que les gusta quiere hacerlo.

Si fomentamos la idea de la mujer como objeto sexual (por ejemplo, en una canción), valorándola sólo porque es atractiva o cómo se comporta durante el sexo, estaremos dando ideas sobre cómo pensar y actuar a los adolescentes: los chicos entenderán que pueden usarlas "y ya está"; y las chicas, que tienen que acceder a mantener relaciones sexuales para ser aceptadas, por ellos y por ellas.

¿Qué podemos hacer? Educar. No tolerar el machismo. Fomentar la igualdad. Educar en el respeto, en la reflexión. Enseñarles a pensar en ellas, a que no deben hacer nada por los otros (porque eso genera problemas), si no buscar su bienestar, hacer lo que ellas necesiten. Educar para valorar a las personas por cómo se comportan con nosotros. Que sepan decir "no" llegado el momento, y que tengan la suficiente confianza en sí mismos para decirlo. Cuando alguien está sano, tiene confianza y seguridad, tiene habilidades para enfrentarse a los problemas, es resolutivo... está más protegido ante los demás, porque sabrá responder ante ellos y sus conductas.

Educar es proteger y criar niños sanos en todos los aspectos.

¿Cómo hacerlo? Ahí van unos pequeños consejos:

1. Educar en igualdad: respetando las ideas/gustos de niños y niñas, sin encasillarlos por cuestión de sexo. Por ejemplo: respetando si un niño quiere jugar con muñecas; haciendo que los dos se encarguen de tareas en el hogar; teniendo las mismas normas para ambos; no despreciando las opiniones o conductas de mujeres (por ejemplo, decir: "las mujeres no saben de política"... "las mujeres no conducen bien"... "¡mujer tenía que ser!"... "mírala, va provocando con esa falda"... "no debería ir sola por la calle a estas horas"...). Todos estos comentarios parecen livianos, sin importancia, pero van calando en la mente de los niños, y crecen con la idea de que la mujer no tiene los mismos derechos que el hombre, que es peor, débil... Y eso ayuda a que se utilice a las mujeres y se abuse de ellas de muchas formas.

2. Enseñarles que cuando algo nos hace sentir mal, no es buena idea: las emociones son adaptativas, nos han servido, a lo largo de toda la historia, para sobrevivir. La ansiedad, el miedo, la tristeza, nos avisan de que hay algo en nuestra vida que no va bien, que hay un problema, y que hay que buscarle solución. Por eso, hay que saber escuchar lo que nos están diciendo nuestras emociones, para poder afrontar mejor las dificultades que surjan en nuestra vida. Si sentimos ansiedad o miedo, estamos frente a un problema, por lo que hay que analizarlo para buscar la mejor respuesta... Si sentimos tristeza, hemos perdido algo que teníamos o que esperábamos tener, y es bueno buscar el consuelo y la ayuda de las personas que nos quieren. Por eso, es importante que los adolescentes sepan escuchar sus emociones: sabrán qué les ocurre y podrán enfrentarse mejor a ello.

3. Educar en el respeto: se trata de no despreciar las opiniones o las acciones de los demás. Si los niños ven que, aunque se tengan opiniones distintas, ninguno desprecia al otro, sabrá que las dos opiniones, y las dos personas, son igual de valiosas. Eso no implica sólo el que el niño aprenda a no minusvalorar a los demás, si no a no minusvalorarse a sí mismo. Si yo considero que todos merecemos el mismo respeto, respetaré a los demás, y me respetaré a mí mismo. De esta forma, fomentamos que se quiera, se valore, y se cuide. Y que aprenda a distinguir cuándo, lo que nos dice alguien que hagamos, nos puede beneficiar o perjudicar. Sabrá decir "no". Aprenderá a no permitir que los demás le valoren negativamente, le utilicen, o le desprecien.

Así, podremos hacer que las nuevas generaciones sean más fuertes, y no se dejen influenciar, a la primera de cambio, por las modas, la publicidad, o cualquier persona.

domingo, 4 de diciembre de 2016

PROFECÍA AUTOCUMPLIDA


Se llama profecía autocumplida a un fenómeno estudiado desde la Psicología: cuando pensamos que algo va a pasar, nos comportamos de tal forma que hacemos más probable que eso ocurra. 

Para explicarlo de forma sencilla, y reflexionar sobre las consecuencias que puede tener, he inventado esta historia:

MENGANITO Y SUS PROBLEMAS

Menganito era un chico normal, con una vida normal. Había estudiado, trabajaba cuando podía, de lo que podía. Tenía amigos con los que salía a menudo, y una familia con la que tenía sus más y sus menos, pero que lo querían. Pero Menganito siempre tenía problemas. Por ejemplo, Menganito desconfiaba de la gente, y siempre que tenía que hablar con personas desconocidas, se comportaba de forma desagradable y borde, por lo que siempre terminaba discutiendo por cualquier tontería. Siempre le costaba encontrar trabajo y se preocupaba mucho cuando lo encontraba, pensando que le iría mal por cualquier cosa... y al final, siempre le terminaban despidiendo.

Una noche, Menganito tuvo un sueño muy extraño. Soñó que venía a verle el fantasma de sus problemas. Era un anciano arrugado, con la cabeza enorme, y el cuerpo consumido en los huesos. Le dijo a Menganito que le iba a llevar a ver el pasado, el presente, y el futuro. En el primer viaje, fueron a la empresa donde Menganito estaba trabajando. Era el día de la primera entrevista de trabajo. Menganito, al darse cuenta, dijo: "¡qué mal rato pasé! Estaba seguro de que no me iban a coger". Vieron a las entrevistadoras hablando de los candidatos, antes de comenzar con las entrevistas, y de Menganito dijeron: "tiene más experiencia que el resto, seguramente sea el mejor candidato". Menganito se sorprendió puesto que él no confiaba en sí mismo nunca, y se dio cuenta de que se había preocupado por la entrevista sin tener motivo. Pero el viaje no terminó ahí... Vieron la entrevista. Menganito estaba muy inquieto, y se enteró mal de lo que le decían y preguntaban, se le veía nervioso y con ganas de marcharse. Al finalizar la entrevista, Menganito no fue elegido, pero lo contrataron porque los demás candidatos rechazaron el puesto. Las entrevistadoras decidieron darle una oportunidad. El fantasma le dijo a Menganito: "Te preocupaste tanto que lo hiciste peor de lo que podías hacerlo. Si no fuera por cómo se comportaron los demás, hoy no tendrías trabajo". Y sin más palabras, le llevo al presente. Era la casa de su jefe. Estaba hablando con su pareja, contándole cómo había ido el día: "El chico nuevo... bueno... no se si pone interés, tarda mucho en hacer tareas sencillas. No sé si le interesa el puesto". Menganito, al oírlo, dijo: "Tardo porque me da miedo hacerlo mal y que me despidan... no estoy seguro al hacer las cosas y las reviso... Además, sé que me van a terminar despidiendo... así que no me esfuerzo mucho a veces". En un segundo, estaban en otro sitio. Era el viaje al futuro. Estaban otra vez en la empresa. Habían llamado a Menganito para una reunión con el departamento de Recursos Humanos. "Menganito, lo lamento, pero hemos decidido que no sigas trabajando con nosotros. Hemos estado viendo cómo te desenvuelves y no has mejorado en todo este tiempo. No has sido resolutivo y has tardado mucho en hacer algunas tareas muy sencillas. Así que éstos son los papeles del despido". Menganito se quedó mudo, atemorizado por ver cumplido aquello que tanto había temido. Se volvió al fantasma y dijo: "Sabía que no lo iba a conseguir". Y el fantasma le contestó: "El futuro no está escrito. Éste es uno de los múltiples finales que pueden ocurrir. En tus manos, y en tu cabeza, está la posibilidad de cambiarlo". Menganito no le entendía, no sabía qué podía hacer. Antes de desaparecer, el fantasma le dijo: "Para cambiar tu forma de actuar, primero debes saber qué te hace actuar así".

Menganito se despertó, empapado en sudor y desorientado. No sabía si lo que había ocurrido era o no verdad, si había sido un sueño... y si ya había despertado o no. Se pellizcó, fue a beber agua. Pensó que sólo había sido un sueño, y se fue a dormir. Pero no consiguió conciliar el sueño, sólo pensaba en el despido.

Unos días más tarde, le dijeron que pasara por las oficinas de la empresa, y ocurrió exactamente lo que pasó en el sueño del viaje al futuro. Regresó apenado a su casa, pensando en todo lo que había pasado, sin saber qué podía hacer. Se quedó toda la noche despierto, esperando que el fantasma apareciera para preguntarle qué debía hacer. Pero no llegó. Menganito pasó días pensativo, recordando todo lo que le había dicho el fantasma. Y finalmente, se dio cuenta de que al tener miedo a que no le contrataran o le despidieran después, iba nervioso, daba peor impresión y rendía menos porque tardaba más de la cuenta en hacer el trabajo porque lo hacía sin ganas... Un trabajo que él sabía hacer perfectamente. Así que decidió no creer más que le iba a ir mal en la vida. Y, a partir de ahí, le fue un poquito mejor.

Fin.

Solemos imaginarnos cómo nos van a ir las cosas. Pensamos qué cosas queremos lograr u obtener, y nos da miedo, o nos preocupamos, cuando creemos que no lo alcanzaremos. A veces, esas preocupaciones son tan grandes que empeoran la situación, nos hacen ser menos productivos o menos resolutivos, y aparecen problemas que nos alejan de aquello que queríamos. "Ya sabía yo que no lo iba a lograr". Ese pensamiento lo hemos tenido todos en algún mometno de nuestra vida. Pero no nos damos cuenta de que, en realidad, no sabemos nada. Sólo nos dejamos llevar por nuestros pensamientos. Otro ejemplo sería cuando discutimos con otra persona, porque pensamos que nos va a criticar, nos va a juzgar o nos va a hablar mal, y somos nosotros mismos quienes comenzamos la discusión, porque le hablamos mal, anticipando esa mala respuesta que esperamos del otro. "Ya sabía yo que me iba a decir algo malo/ que se iba a meter conmigo... etc".

A veces, somos nosotros mismos quienes hacemos más probable aquellas cosas que no queremos que ocurran, sólo porque pensamos que van a ocurrir. Paremos un momento, y actuemos con calma y con tranquilidad. Sepamos que nos podemos equivocar y no adelantemos acontecimientos. Quizás las cosas vayan mejor entonces.

lunes, 28 de noviembre de 2016

YO CONSUMO, TÚ CONSUMES, ÉL/ELLA CONSUME...


La semana pasada ha habido una gran expectación por una fiesta del consumismo: el Black Friday. Toda la semana hemos estado recibiendo publicidad, anunciando los grandes descuentos. Hasta los telediarios se han hecho eco de la noticia: "descuentos hasta el 70%". 

Y es que empiezan las Navidades. ¿O no? Porque falta todavía un mes... Es pronto, hay tiempo de sobra para hacer las compras necesarias... Pero si nos lo ponen más barato, ¡habrá que aprovechar!. Porque cada vez empiezan antes... Más tiempo de fiestas, más tiempo de consumo. Recuerdo que en mi infancia, hasta mediados de diciembre no se empezaban a poner adornos... Ahora, se enlaza Halloween con Navidad... en Noviembre ya se venden roscones de reyes.

Y no es que me parezca mal que hagan ofertas para que compremos... es el punto al que se llega. El bombardeo constante al que nos vemos sometidos. Nos dicen que compremos, porque comprando somos más felices, regalamos sueños y felicidad a los demás... ¡Qué bonito! ¿no? En las noticias daban cifras del dinero que iba a gastarse de media cada persona, y no eran precios bajos... Salían estadounidenses diciendo que habían comido en vez de cenar en Acción de Gracias para poder ir a comprar, haciendo colas enormes, comprando de madrugada para conseguir el mejor precio. Gente que iba desde México, que llevaba años ahorrando para ir a esa fiesta del consumo. ¿Hasta qué punto llega? ¿De verdad es necesario todo eso?

La Navidad es una época bella del año, por el reencuentro con las personas queridas, la buena voluntad, la calidad que se respira a pesar del frío que haga en la calle. Y, ahora, cada vez más, se convierte en consumismo. Reducimos la Navidad a los regalos. Parece que cuanto más compremos, más felices van a ser los demás y más felices nos sentimos nosotros por dar. Y a veces, más no es mejor.

¿Cuántos regalos hacemos a los niños pequeños? A veces tantos, que no juegan ni con la mitad de ellos. ¿Cuánta ropa tenemos en los armarios? Muchas veces tanta que no nos entra más. Acumulamos ropa que hace mucho que no nos ponemos, pero ahí la tenemos porque nos gusta. Y seguimos comprando más. Pensamos por el "quiero", nos movemos por el "quiero". Podemos ir mal de dinero, pero se nos pasa por la cabeza la posibilidad de encontrar el chollo, la gran oportunidad, el mejor precio, y no lo podemos dejar pasar. ¿O sí?

El ser humano se rige por el refuerzo inmediato, es decir: vale más algo "positivo" que tengamos ya, que las consecuencias negativas que pueda traernos a largo plazo. ¿Existe algún fumador que no sepa las consecuencias que tiene el tabaco en la salud? ¿Y si lo sabe, por qué no deja de fumar? Porque ahora, en este momento, tiene ganas de fumar, y le cuesta poco coger un cigarrillo... Al fin y al cabo... ¿Cuánto cuesta un paquete de tabaco?... Pero no es tan poco dinero si se piensa en todos los paquetes que se compran al cabo de un mes... o de un año. Pero eso no importa, lo que importa es que "tengo ganas de fumar, y fumo". Así es como aparecen los problemas psicológicos: hacemos cosas que a la larga nos perjudican, pero que "de primeras" son un parche, nos alivian, o nos hacen evitar algo por lo que no queremos pasar. Y al final, la rueda del problema crece y crece y se hace tan grande que no se puede parar por uno mismo. 

Con las compras, pasa lo mismo: simplemente, sabemos lo "feliz" que nos hace el comprar algo nuevo, algo que queremos, que deseamos. "Si ahora no tengo dinero... lo pago con la tarjeta de crédito y ya me lo pasarán por el banco el mes que viene... que tendré dinero", podemos pensar. Y así, con todo. Hacemos lo que sea para comprar. Nos aburrimos: nos vamos al centro comercial o miramos las páginas de internet de las tiendas y compramos, sin ni siquiera probárnoslo, verlo, o tocarlo, antes. "Da igual. Son 2 euros, son 5 euros..." lo que sea. Porque cuando lo veo, lo quiero, porque cuando lo tenga, "estaré muy guapa, y todos me dirán que me queda muy bien". Como las compras compulsivas... la persona gasta hasta tal punto que se arruina, pero sigue comprando porque siente alivio cuando lo hace.

O ejemplo: cuando compramos cosas de electrónica... pensamos que podremos hacer tantas cosas con ello... porque "es lo último que ha salido al mercado, y la pantalla se ve en 3D, y no pesa nada, y tiene tantos puertos usb... es genial" y lo TENGO que comprar, porque ahora vale a mitad de precio. Pero no nos paramos a pensar en que vemos la televisión muy poco, porque casi no estamos en casa, por ejemplo. No nos fijamos en nuestras verdaderas necesidades, compramos, porque creemos que tenemos esa necesidad, pero muchas veces, no es así. ¿Cuántas botas necesitamos para el invierno? ¿Cuántas televisiones? ¿Cuántos ordenadores? ¿Cuántos coches? ¿Cuántas joyas? Si antes no lo teníamos y éramos felices... ¿por qué ahora lo necesitamos?

En verdad, no lo necesitamos. Lo que necesitamos son unos ojos limpios, que puedan ver y buscar; una mente fresca y libre, que no se deje llevar; y un corazón limpio, que sepa lo que necesita amar. Porque a veces, menos sí es mejor. Las cosas sencillas, que nos facilitan el contacto con el mundo, con las personas que tenemos al lado, con la vida, son las que verdaderamente nos hacen ser felices. Porque lo que necesitamos no es lo que sea lo mejor, o lo último, o lo más barato. Lo que necesitamos es aquello que nos llena el alma todos los días, aquello que nos da tranquilidad todos los días, aquello que nos aporta algo todos los días. Invierte tu vida en cenar con los que quieres, en aprender, en viajar, en cumplir tus sueños... no en comprar. Los sueños basados en cosas materiales se consumen en cuanto se consiguen. Pregúntate qué le aporta a tu vida las cosas que haces, y podrás disfrutarla con mayor calidad que comprando.

lunes, 21 de noviembre de 2016

SOMOS SOCIALES, PARA BIEN O PARA MAL


Todos hemos escuchado alguna vez eso de que "el ser humano es social". Existe la Sociología y los sociólogos; las sociedades; los socios... todos socializamos. De hecho, quien no socializa, es criticado por la sociedad. En la sociedad, hay que ser sociales, por decirlo de algún modo...

La sociedad es ese grupo de gente en el que estamos inmersos. Nacemos en una sociedad porque nuestros padres están en ella, y al mismo tiempo, nosotros la formamos. La sociedad nos enseña, nos protege, nos guía y nos limita.

Si nos vamos a los principios de la Historia, sabemos que el Homo Sapiens sobrevivió y se extendió por el mundo porque vivía en grupo. Si sobrevivía a los depredadores era porque el grupo estaba junto; si sobrevivía al hambre era por la ayuda del grupo... El ser humano no estaba preparado para vivir en el mundo en soledad. No era adaptativo. La mayoría de esos homos que no pertenecían a ningún grupo estaban expuestos a los peligros de la naturaleza y era mucho más fácil que murieran. Por eso, somos así: tenemos los genes de aquellos primeros seres humanos que se mantuvieron unidos, quizás por las emociones (amor, cariño, altruismo...), a su grupo.

Las emociones nos relacionan con los otros: cuando estamos tristes, buscamos el consuelo de los que nos quieren; cuando amamos, queremos estar con el otro porque nos sentimos bien... Las emociones son adaptativas (nos ayudan a sobrevivir) y hacen que nos adaptemos a los otros. Por ejemplo, la vergüenza: lo incómodos que nos sentimos si consideramos que nos saltamos una regla social hace que no lo hagamos, y así, nos mantenemos cómodamente dentro del grupo, sin que haya conflictos. La empatía, que nos permite ponernos en el lugar del otro, comprender su situación y las emociones que puede estar sintiendo, nos ayuda a relacionarnos con el otro, a estar en sintonía.

La sociedad nos hace ser como somos. Nos ofrece una cultura, unas normas sociales (reglas sobre lo que está bien y lo que está mal). Por ejemplo, nos enseña que hay que ceder el asiento a las personas mayores, las mujeres embarazadas... Pero también nos enseña cosas que pueden ser perjudiciales, como el machismo, la homofobia, la xenofobia...

Debemos ser conscientes de todo lo bueno que nos da la sociedad: nos permite desarrollarnos (aprender a hablar, ir al colegio, formarnos, curarnos si estamos enfermos, nos da alimento si nos falta, o ayudas sociales, nos ofrece sitios de ocio, la posibilidad de desplazarnos a otros sitios o de comunicarnos con gente que está muy lejos). La sociedad es maravillosa porque nos brinda todas esas oportunidades y muchas más. Pero hemos de ser conscientes de que no todo lo que reluce es oro. Todavía forma parte de nuestra cultura la idea de que el hombre cuida a la mujer y la mujer se encarga del hogar y la familia; que hay ciertos trabajos de hombres y otros de mujeres... Me da pena que en pleno siglo XXI todavía se puedan escuchar comentarios racistas, chistes a costa de la discapacidad, prejuicios... No nos damos cuenta, pero la sociedad está envenenada de malos pensamientos, los pensamientos que tenemos cada uno de nosotros sobre los demás. Pensamos que "nosotros" somos mejores que "ellos", juzgamos a las personas por su edad, sexo, religión, gustos, opiniones, o por las cosas que hacen en su día a día... Y nada de eso asegura que alguien sea mejor o peor que otra persona. Pero es muy fácil culpar de los problemas a los otros. Es fácil quejarse de los atascos aunque nosotros mismos los formemos por no usar el transporte público. O quejarse porque alguien se ha llenado los bolsillos evadiendo impuestos cuando somos nosotros mismos los primeros que pedimos al fontanero que no nos cobre el IVA. Decimos que los extranjeros hacen o dejan de hacer; que si los jóvenes son irresponsables...

Vivimos en una sociedad que no sabe respetar al otro. Somos sociales, necesitamos a nuestra familia y amigos para sobrevivir y ser felices, no podemos estar solos. Pero criticamos, juzgamos, a los demás. Somos socialmente egoístas. 

Existe un cuento popular, que ejemplifica muy bien la facilidad del ser humano para opinar, juzgar y criticar a los demás, y lo perjudicial que es para una persona intentar complacer a todos, lo que es imposible de hacer. Criticando, sólo se consigue dañar al otro.



Usemos esa maravillosa herramienta que nos ha dado la naturaleza: seamos empáticos, aceptemos y respetemos al otro. Démonos cuenta de que no existe UNA verdad, si no, MILES.

Si cada uno de nosotros formamos la sociedad, cada uno de nosotros puede cambiarla. Busquemos el amor, la tranquilidad, la igualdad, el respeto. Enseñemos a los demás a ser libres, a tomar sus propias decisiones y a buscar su propio camino. Es una pena que la misma sociedad que nos da todas las oportunidades para tener una vida plena sea la misma que nos ata y nos limita por unas reglas sociales imperfectas.

lunes, 14 de noviembre de 2016

MINDFULNESS EN EL DÍA A DÍA (2)


La anterior entrada sobre Mindfulness se centró en la comunicación con los otros y cómo podemos mejorarla. Pero ¿nos comunicamos con nosotros mismos? Puede parecer que esta pregunta no tiene sentido, pero tiene una gran importancia en nuestra vida. Nosotros somos la única persona que va a estar a nuestro lado desde que nacemos hasta nuestros últimos días. Somos la persona más importante para nosotros mismos. Y por eso, quien más nos puede conocer, apoyarnos y ayudarnos somos nosotros mismos. Pero no estamos acostumbrados a escucharnos, y si no nos escuchamos, en pocas cosas podremos ayudarnos...

La sociedad nos enseña a hacer: "cuantas más cosas haces, más vales", podríamos pensar. Admiramos a esas personas de nuestro alrededor que se encargan de mil cosas, que no paran quietas... parecen superhéroes. Y nosotros también lo intentamos... porque queremos ser superhéroes y que los demás nos alaben, o porque no tenemos más remedio (jornadas laborales partidas, dobles turnos, estudiar y trabajar, encargarse del hogar y la familia...). Parece que la casa siempre tiene que estar perfecta, que los niños tienen que ir a actividades extraescolares todos los días (y hay que llevaros), que tenemos que sacar la mejor nota en los exámenes, etc. Esto nos pasa a todos. Y al final, ¿qué conseguimos? Sobrecargarnos. Hacemos más de lo que podemos (quien mucho abarca, poco aprieta), y le pasamos factura a nuestro cuerpo, pero no nos damos cuenta de ello.

¿Cuántos días tenemos dolor de cabeza? ¿Contracturas musculares? ¿Insomnio? ¿Irritabilidad? ¿Colón irritable? ¿Eccemas en la piel? ¿Yagas bucales?... Y un largo etcétera. Hay días en los que tenemos que hacer tantas cosas que no nos damos cuenta de que no hemos comido hasta las 17:00. No paramos, pero no sólo nosotros, también nuestro cuerpo. Cuando estamos tan sobrecargados, empieza a haber consecuencias físicas como los síntomas comentados antes. El estrés mantenido en el tiempo afecta a nuestro cuerpo y a nuestro sistema inmunológico, haciendo más fácil que caigamos enfermos. Todos sabemos esto, pero no hacemos nada para remediarlo. Si tenemos una contractura, vamos al médico para que nos recete algo, en vez de intentar escuchar a nuestro cuerpo. ¿Cómo se hace esto? Prestando atención. Por ejemplo, sabemos que la tensión se nos acumula en cierta parte del cuerpo por las contracturas que solemos tener, pues lo único que tenemos que hacer es atender cada cierto tiempo a las sensaciones de esa parte del cuerpo. Así, podremos sentir si estamos contrayendo los músculos en exceso y podremos relajarlos (soltando el músculo, haciendo estiramientos...). También podemos darnos cuenta de esa tensión y ponernos calor, o darnos un masaje. Lo importante es escuchar, atender esas señales que el cuerpo nos manda (hambre, frío/calor, tensión, dolor, cansancio, tristeza, ira...) para darnos cuenta de que necesitamos algo, y poder dárnoslo. Si estoy cansado, puedo parar unos minutos para sentarme, echarme una siesta. Si me duele la cabeza, puedo parar para darme un masaje craneal, ponerme frío o tumbarme a oscuras. Si estoy irritado, a lo mejor es porque estoy estresado, y me viene bien salir a dar una vuelta, hacer ejercicio, ponerme música, una serie, salir a tomar un café con un amigo, jugar con el perro. O si me siento triste, a lo mejor es porque dedico demasiado tiempo a las obligaciones y no tengo tiempo para mis aficiones, o porque me ha pasado algo y necesito contárselo a alguien... Puede haber mil problemas y mil soluciones distintas para cada uno de ellos. Cada persona necesita cosas distintas y cuidados específicos. Uno no es mejor que otro, sólo depende de lo que me pase en ese momento y lo que sienta o sepa que me va a venir bien.

Dediquemos nuestro tiempo a las cosas importantes: NOSOTROS MISMOS. ¿Qué sentido tiene estar todo el día limpiando si al final del día estamos tan cansados que no disfrutamos de nuestro hogar? Cuando echamos la vista atrás, lo que recordamos son los momentos que han marcado nuestras vidas, las decisiones importantes, las personas a las que queremos y con las que hemos estado... ¿Merece la pena dedicar tanto tiempo a ciertas obligaciones y dejar de lado nuestra vida? Si hoy estoy mal y necesito descansar, darme un baño relajante o salir al cine o a cenar, hagámoslo. ¿Qué importa dejar la lavadora llena hasta mañana? Centrémonos en lo importante, en lo que da valor a nuestra vida. Escuchemos a nuestro cuerpo, cuidémoslo. Démonos el cariño que nos merecemos y que necesitamos de nosotros mismos. Nada calma más el alma que sentirnos bien con nosotros mismos.

Y no nos juzguemos tanto. Si cometemos algún error o no podemos con todo, démosnos cuenta de que no somos perfectos, que lo hemos intentando, y que todo el mundo comete errores. Pensemos qué nos diría esa persona importante para nosotros que siempre nos consuela y nos hace sentir bien. Y digámonos eso que él/ella nos diría a nosotros mismos. Perdonémosnos. Mimémosnos. Consolémosnos.

sábado, 5 de noviembre de 2016

AMOR, ¡AMOR! ¿AMOR?


Ayer vi un cortometraje, muy sencillo y claro, que expresa ideas muy claras sobre el amor y las relaciones de pareja. Os dejo el vídeo por si queréis verlo antes de continuar leyendo.


Todos sabemos, hemos vivido, lo que es el amor. ¿Cuántas películas románticas somos capaces de recordar? ¿Y libros? ¿Cuántas personas conocemos que estén enamoradas? ¿Y que tengan pareja? No hace falta tener pareja o estar enamorado para saber lo que es el amor. Historias que nos enseñan que el amor puede provocar guerras, que el amor verdadero es para toda la vida, y que una vez lo conocemos, no podemos vivir sin él. Es muy romántico pensar que por amor, se puede llegar a morir. Todos tenemos en la cabeza esa imagen de Leonardo DiCaprio congelándose en un mar helado porque su amada sobreviva encima de una tabla. Todos conocemos el trágico final de Romeo y Julieta. Un amor tan grande que lo abarca todo, que llega a ser más importante, incluso, que los propios protagonistas de ese amor. Todos queremos vivir algo así. Todos crecemos con esa idea de amor en la cabeza, entendiendo que el amor es entregarse al otro al 100%, darle tu corazón, tu vida, tu todo, todo lo que tengas, porque el amor es eso. Crecimos viendo películas de dibujos en las que la trama empezaba cuando dos jovencitos se encontraban y se enamoraban de un flechazo. Y la película terminaba cuando esos jovencitos conseguían, luchando contra todo, estar juntos al fin (y me pregunto: ¿no les pasa nada más? ¿sólo importa el amor?) Todo era maravilloso. Los niños crecían pensando en encontrar su princesita que rescatar y proteger, y las niñas, deseando la llegada de su príncipe azul. Parece muy simple. Parece mentira. Pero esa es la idea que solemos tener del amor. 

Un chico nos gusta si es caballeroso y nos retira la silla, nos lleva flores o nos invita a cenar. Pronto nos enamoramos. Pero, ¿qué pasa luego? Seguimos con esa idea de amor que tenemos: "si somos novios, todo tiene que ser bonito, tiene que ser atento conmigo y hacerme regalos"; "tenemos que ir juntos a todos lados"; "él/ella es lo más importante"; "¿se habrá enfadado?"; "¿estará pensando en mí?"... Y le damos todo lo que tenemos. Podemos llegar a dejar nuestros amigos, nuestra familia, nuestro trabajo... TODO. Es muy bonito... mientras dura.

Lo que estoy escribiendo parece una carta de odio al amor, pero no es así. Es odio al amor insano, es odio a esas ideas de amor que conducen al dolor y al sufrimiento. Porque somos humanos, y podemos equivocarnos y entender que ciertos actos son muestras de amor... y en realidad, son todo lo contrario. Por ejemplo: los celos. No son muestras de amor, es desconfianza, es miedo, es pensar que no valgo lo suficiente para el otro... y tengo que estar pendiente para que no me deje. Los celos son control, atan y obligan.

Cuando nos enamoramos de esta forma insana, hacemos que nuestra vida gire en torno a la otra persona, hasta el punto de que esa persona es más importante que nosotros mismos. Por ejemplo, si la otra persona quiere algo caro que no nos podemos permitir, yo me quito de todos mis deseos para poder comprar lo que el otro quiere; o si no le caen bien mis amigos, dejo de verlos por completo (porque no sea que enfade); si no le gusta el rock, vendo mis discos y mi guitarra; si es celoso, dejo de hablar con chicos o sólo salgo con él. Esto son sólo ejemplos, pero ejemplos que todos conocemos. ¿Cuántas parejas se espían el móvil y las redes sociales? ¿Cuántas parejas han discutido porque la aplicación que usan para hablar marca que han leído el mensaje pero no lo han contestado? Y mi pregunta es: ¿eso es amor? NO. Eso es dependencia, desconfianza, prejuicios. Nos enfadamos si el otro piensa de forma distinta a nosotros, si le gustan cosas distintas, si hace las cosas de forma distinta a como lo hacemos nosotros... porque "así no se hace", "eso no se piensa", "eso no es divertido"... Se generan conflictos que no sabemos resolver, porque todo tendría que ser perfecto, pero nadie nos ha enseñado cómo hacer que lo sea. En las películas de dibujos, los jovencitos enamorados no discutían... o lo arreglaban cuando él les hacía un regalo... porque "si me hace un regalo es porque se arrepiente y eso es que me quiere". Pero siendo adultos, un regalo tras otro... no es una solución. Y nos frustramos, Nos frustramos mucho. Y puede llegar el punto en que la relación termine. Terminan los conflictos, pero llega el dolor y el vacío. Esa persona era nuestro TODO. Lo más importante. ¿Qué nos queda cuando se va? Sólo quedamos nosotros mismos. Nosotros somos nuestro todo, debería ser suficiente, pero no lo vemos. Estamos rotos por el dolor, por todo lo que hemos luchado por estar con esa persona, por lo que hemos dejado atrás por su amor... todo para nada, para ahora estar vacíos, solos y sin futuro. Porque también tenemos la idea de que una persona soltera está incompleta, no puede alcanzar la felicidad sin encontrar a otra persona con la que compartirla. Podemos pensar que estar soltero es como "comer pasta sin salsa": no se saborea la vida en todo su esplendor... Son sólo ideas, pero nos las creemos hasta tal punto que nos podemos deprimir pensando que no volveremos a ser felices sin la otra persona.

¿Merece la pena un amor así? Yo creo que no. Hay otro amor, el amor "de verdad", el amor sano, el amor que nos libera, que nos hace crecer, que nos anima a ser mejor. El amor que nos respeta, no que nos juzga. Que no nos ata al otro, si no que nos sirve de apoyo, que nos enseña y nos ayuda. Un amor formado por dos personas, donde lo importante son ellos mismos. Un amor creado por una unión de dos personas igual de importantes. Algo que crece al juntarse. Dos personas con un amor sano es un 1+1=2. Cada uno con su vida, amistades, aficiones, personalidad, familia, trabajo... que cuando se juntan forman algo hermoso y grande, pero que pueden separarse sin romperse del todo.

Cuando en la relación se puede salir sin el otro, con la tranquilidad de saber que no se enfada, ni desconfía, y que te preguntará qué tal te ha ido y si lo has pasado bien, de corazón. Cuando tenemos la tranquilidad de poder decir cualquier cosa sin ser criticados por el otro. Cuando tenemos un problema y sabemos que podemos recurrir a él/ella. Cuando nos amina a quitarnos los miedos de encima y avanzar en la vida. Cuando te hace sentir valioso/a. Cuando te pregunta qué opinas. Cuando quiere que decidáis entre los dos. Cuando no obliga. Cuando te deja siempre tomar tus propias decisiones. Cuando se preocupa por cómo estás o cómo te sientes. Eso sí es AMOR.

No ama más quien más da al otro, si no quien da lo que el otro NECESITA. Quien respeta, quien ayuda, quien está a su lado. Igual que no coge del otro, más de lo que realmente necesita. El amor sano es "tú y yo", no sólo "tú y tú".

domingo, 30 de octubre de 2016

EN BUSCA DE... ¿LA FELICIDAD?

Todos queremos ser felices. Si consideramos que no somos felices, nos deprimimos. Necesitamos tener un día perfecto para tener la impresión de que la felicidad ha existido. Pero, ¿qué es la felicidad? Buscando en Internet, encuentro esta definición: "Estado de ánimo de la persona que se siente plenamente satisfecha por gozar de lo que desea o por disfrutar de algo bueno". Esta definición tiene tres aspectos clave:
  1. Sentirse plenamente satisfecho
  2. Gozar de lo que desea
  3. Disfrutar de algo bueno
El sentirse plenamente satisfecho implica varias cosas. Por una parte, para sentirnos satisfechos, tenemos que tener ciertas expectativas "de satisfacción". Es decir, yo no puedo saber si estoy o no satisfecho si no tengo una idea de qué es estar satisfecho o no estarlo, o qué necesito para estarlo. Por decirlo de otra manera: nos basamos en ideas preconcebidas, que, en la mayoría de las veces, no hemos reflexionado sobre ellas, para saber si estamos o no satisfechos. Pero, además, parece que no sirve con estar satisfechos. Para ser felices hay que estar plenamente satisfechos, se tienen que haber cumplido esas expectativas en alto grado. 

Esto me lleva a la idea de que el ser humano, o nuestra cultura, no aprecia las pequeñas alegrías de la vida. "Si no soy plenamente feliz, no soy feliz". Eso parece que es lo que aprendemos a lo largo de nuestra vida. Nos formamos expectativas muy altas, las mejores, y soñamos con lograrlas. El problema es cuando esas expectativas son prácticamente inalcanzables. Entonces, nos estaremos lanzando a una vida larga, que nos resultará inaguantable y muy frustrante.

Porque... ¿qué deseamos? Podemos hacer una lista muy larga de deseos, por ejemplo: ser millonario, encontrar al "hombre perfecto", trabajar en mi vocación, tener un cochazo, hacerme una casita en la sierra con piscina, tener una gran familia, irme de compras todas las semanas... Está bien tener claro qué cosas nos harían felices, pero en la mayoría de los casos nunca se nos ocurre pensar qué ocurre en nuestro día a día que nos haga feliz. Nos olvidamos de esa parte, como si no existiera. De hecho, podemos vivir muchos aspectos positivos a diario y pensar que somos infelices, porque nos olvidamos de ellos, sólo pensamos en "el coche que no me puedo comprar", en "el jefe que no valora mi trabajo" o en que "esta semana tampoco me ha tocado la lotería".

Y, por fin, al final de la definición, aparece la idea de que disfrutar de "algo bueno" (algo que parece que no está definido en nuestras vidas, algo que ocurre porque sí). Eso también nos hace felices. Y démonos cuenta de algo: las personas tenemos capacidad para actuar e influir en nuestro ambiente y en nuestra vida, podemos tomar decisiones, cambiar de opinión y hacer cambios en nuestras vidas, pero no podemos controlarlo todo. Podemos madrugar mucho para no llegar tarde al trabajo, pero puede haber un accidente que produzca atascos, por ejemplo. La vida es impredecible, aleatoria en cierto modo. Nos trae cosas buenas y cosas malas. Al igual que no podemos evitar llegar tarde al trabajo algunos días, podemos encontrarnos dinero por la calle, o encontrarnos a un viejo amigo...

La vida está llena de sorpresas o de rutinas simples que pueden alegrarnos el día. Lo importante es intentar fijarse en esas cosas, que no pasen desapercibidas, para poder disfrutarlas. Aprender a ser felices, aunque no estemos plenamente satisfechos. Nunca seremos plenamente felices, se nos irá la vida esperando que llegue nuestra idea de felicidad plena. Siempre habrá algo en nuestras vidas que no nos guste o nos provoque sufrimiento. Así que no busquemos la felicidad plena, porque no existe. Disfrutemos de los buenos momentos de la vida, que no son pocos.

Y si tenemos un mal día, hagamos algo para y por nosotros, démonos ese capricho que necesitamos, sea descansar, pintar, bailar, comernos un capricho, jugar a algo, salir, charlar, caminar... busquemos un poquito de felicidad cada día. Que no se nos olvide sonreir.


sábado, 22 de octubre de 2016

¿HASTA DONDE LLEGARÍAS?

En los últimos días he comenzado a leer un libro titulado "Cuerdos entre Locos". Habla sobre algunos de los psicólogos que han hecho las aportaciones más importantes de la psicología. Pero no se queda únicamente en relatar sus investigaciones, si no que habla de ellos, y narra la forma en que ocurrieron.

Uno de los capítulos que he leído hasta el momento habla sobre Milgram y su experimento sobre la obediencia. Para aquellos que no lo conozcan, el experimento consistió en pedirle a los participantes que dieran descargas eléctricas a otros participantes cuando estos últimos fallaban al repetir listas de palabras. Se les dijo que el objetivo era ver los resultados que tenían los castigos con descargas en el aprendizaje. No parece la cosa del otro mundo, pero en realidad, sí lo era. Los participantes que recibían las descargas eran actores, estaban de acuerdo con el investigador para fingir dolor, para decir que tenían problemas de corazón y para suplicar que dejaran de darles descargas llegado el momento. El caso es que el 65% de los participantes siguieron dando descargas a pesar de las quejas de los participantes, mientras el investigador les decía que debían continuar.

Impresiona. Impresiona lo que el ser humano es capaz de hacer. Démonos cuenta de que los participantes pensaban que ellos mismos podían haber estado sentados en la silla de descargas, porque al inicio, se fingía un sorteo de los puestos, en el que siempre el actor recibiría las descargas. Pero el participante lo desconocía. Para él, el dolor del otro era real: oía sus gritos, sus comentarios sobre su salud, y al final, sus alaridos y gritos de súplica. Pensaría que él podría estar ahí sentado, sufriendo.

El 65% siguió adelante, pero no debió ser fácil para ellos. Eran personas normales, como nosotros, como nuestros vecinos. No eran personas acostumbradas a inflingir dolor a los demás. Eran personas con empatía, capaces de ponerse en el lugar de otras personas; personas con amigos, familia, hijos... con trabajos normales, que escuchan música y plantan flores en su jardín.

La primera vez que escuché hablar del experimento en la universidad, recuerdo lo interesante que me pareció, pero no me metí dentro. No me imaginé cómo fue, cómo sería estar dentro, qué sentirían los participantes, qué pensarían... No se me pasó por la cabeza qué habría hecho yo en esa situación.

Esas personas que no se negaron a continuar...¿Acaso eran malas personas? ¿No tenían piedad? ¿O eran obedientes hasta ese punto? ¿Hasta cambiar su forma de comportarse? ¿Serían así siempre? ¿Qué harían en sus vidas antes? ¿Y después? 

En el libro, se relata dos encuentros con dos participantes del experimento. Uno de ellos paró, el otro continúo. ¿Qué los diferenciaba? ¿Se comportaron igual en el resto de sus vidas? Ambos parecen recordar la experiencia como si se hubiera grabado a fuego en su memoria, como si todavía reflexionaran sobre lo ocurrido después de tantos años...Porque al terminar el experimento se les informaba, se les explicaba que el dolor del otro participante era fingido y que estaba perfectamente sano. Pero eso no pareció calmar las mentes de los participantes. El que paró, después fue a la guerra. Se podría pensar que si paró habría en él rebeldía... Pero ¿cabe la rebeldía en un soldado? En cuanto al otro participante, el que había continuado con las descargas, cambió su vida (dejó su carrera, declaró su homosexualidad en aquella época, y se convirtió en maestro). Era obediente, y dejó de serlo.

Las situaciones tienen un importante papel en nuestro comportamiento, pero no lo es todo. No podemos decir que los participantes siguieron adelante únicamente porque un investigador con bata les decía que lo hicieran... Si fuera así, el 100% habría continuado, pero no fue así. Las personas tenemos capacidad de decisión, podemos cambiar nuestro comportamiento. Aún así, nos dejamos llevar por la situación.

Me pone los pelos de punta el imaginar de lo que es capaz el ser humano. Todos conocemos las atrocidades que se han cometido a lo largo de la Historia. Parece algo lejano, algo debido a la cultura y la forma de vivir de ese momento, a la necesidad, al hambre, a la desesperación, a la locura de algunos. Pero no es así. Estas personas no estaban desesperados. Podían negarse, aunque se les dijera que continuaran, podían dejar de mover sus manos. Y no lo hicieron. Pero me consuela y me da esperanza el ver que el ser humano también es capaz de cambiar en el otro sentido. El ser humano es capaz de mejorar su vida y la de los demás. El ser humano es maravilloso, y debemos cultivarlo para hacer de la humanidad algo todavía más hermoso.

domingo, 16 de octubre de 2016

CUANDO TE DICEN "NO PUEDES"

A todos nos ha ocurrido alguna vez que alguien nos ha dicho que no podríamos lograr algo. Todos tenemos sueños, metas, ilusiones que alcanzar, pero, a veces, tenemos miedo de compartirlas con los demás por esa frase que convierte nuestras metas en humo: "no lo vas a lograr" o "eso es imposible/muy difícil". Cuando nos dicen esto, empezamos a dudar, desconfiamos de nosotros, y de la viabilidad de nuestro proyecto. Y la duda puede ser esa grieta que va creciendo lentamente hasta convertirlo todo en pedazos.

Estamos acostumbrados a creernos lo que los demás nos dicen. Crecemos oyendo que somos buenos en algunas cosas... pero, generalmente, nos dicen más veces aquello que se nos da mal. Si algo se nos dio mal la primera vez y nos lo dijeron, la siguiente vez creeremos que ocurrirá lo mismo, y lo haremos con miedo, lo que no nos ayuda a mejorar. 

Si en el colegio se nos daba bien plástica, pero mal inglés, nos apuntaban a clases de inglés, pero no a pintura. Y, a la larga, terminamos pensando que aquello que se nos da mal no podremos mejorarlo nunca. Si nos cuesta el inglés de pequeños, aprendemos a que no nos guste. Porque no es, simplemente, algo más que hacemos en el colegio, es eso que tenemos que ir a hacer después del colegio, y que se nos da mal, y que nos cuesta, y se convierte en una obligación, en algo que no nos aporta nada positivo, pero por lo que tenemos que esforzarnos a diario. Perdemos toda motivación y rendimos menos. Y así, aprendemos que hay cosas en la vida imposibles para nosotros. 

Aprendemos que no tenemos ciertas habilidades, y lo convertimos en alguno interno, algo propio de nosotros mismos: pensamos que somos torpes, mediocres, simples... y que no podemos cambiarlo. Así, cuando tenemos que enfrentarnos a nuevos retos en nuestra vida, pensamos en esas limitaciones que tenemos: "soy tímido... no se me va a dar bien la entrevista..."; "quiero empezar un negocio... pero soy un negado para las cuentas...". Nosotros mismos nos cortamos las alas, creamos muros altísimos ante nosotros que creemos que no podemos superar, pero ni siquiera nos acercamos para ver si podemos treparlos o no. Y no nos damos ni cuenta de que quizá podemos pasar esos muros de otra forma...

Todos tenemos habilidades. Todos somos buenos en algo. Pero generalmente, nos olvidamos de ello. Quizá no se nos den bien las cuentas, pero podemos buscar a alguien que nos explique o nos ayude con ello. Quizá seamos tímidos, pero podemos tener un buen curriculum/experiencia que nos avale en la entrevista. Y lo más importante de todo: tenemos MOTIVACIÓN. No hay nada que nos haga crecer tanto como el tener ganas de lograr algo. Por mucho que tengamos que trepar, por mucho que nos duelan las yemas de los dedos o se nos cansen los brazos, o nos caigamos, si estamos motivados: llegaremos. No importa caerse, y mucho menos cuántas veces pase eso. Podemos seguir intentándolo, y lo conseguiremos. Cada vez que nos caigamos, será una lección de algo que no debemos hacer la próxima vez. Nos ayudará a hacernos más fuertes y experimentados, y el siguiente intento, será mejor. Y es que hay algo que no sabemos: podemos cambiar. No somos personas iguales a lo largo de toda nuestra vida... si no que aprendemos, crecemos, nos adaptamos y adquirimos nuevos comportamientos... formas de pensar... Pero no nos damos cuenta de ello. Cambiamos despacio, y no percibimos esos cambios. Por eso pensamos que no podemos cambiar. Pero todos cambiamos, cambia nuestro cuerpo y cambia nuestro cerebro.

Y otra cosa que nos suele echar para atrás es el compararnos con los demás. Crecemos viendo cómo nuestros compañeros sacan mejores notas sin esfuerzo. Vemos a familiares chulear de lo buenos que son sus hijos. Nuestros padres nos comparan con nuestros hermanos o primos. Y aprendemos que hay cosas que hacemos mal porque otros las hacen mejor. El que algo nos cueste más que a los demás no quiere decir que seamos peores que ellos, sólo demuestra que nosotros somos fuertes y valientes, porque seguimos intentándolo. El que algo sea difícil y se intente, demuestra motivación, tenacidad, valor. Es tomar el camino largo pero el que más nos puede llenar y hacer rica nuestra experiencia. No nos quedemos en el camino fácil por miedo, porque cuando lleguemos al final, nos acordaremos de ese otro camino que podíamos haber tomado.

Si quieres hacer algo: hazlo. No preguntes. No dudes. No te rindas sin empezar. Anda, lucha y pide ayuda si lo necesitas. Es la única forma de llegar a donde queremos. Nadie andará por ti. Sólo tú puedes lograr tus sueños.

domingo, 9 de octubre de 2016

¿CÓMO ES TU MONSTRUO?

Todos tenemos monstruos. Uno, dos, tres... o miles. Pero todos tenemos, al menos, uno. Se podría pensar que nacemos con uno debajo del brazo. Pero ¿todos los monstruos son malos? Según alguna películas, no. La sociedad nos dice que sí. Hemos crecido con la idea de que los monstruos son malos y que tenemos que luchar contra ellos. Afortunadamente, la sociedad cambia. Ahora, los niños pueden tener una idea distinta de ellos...

Los monstruos son muy distintos los unos de los otros. Cada monstruo depende de su humano, de cómo nosotros lo veamos. Podemos tener monstruos que nos atemorizan y nos dicen que hacemos las cosas mal, que no valemos, que se van a reir de nosotros, que no vamos a lograr nuestras metas, o que nos recuerdan nuestros peores momentos vividos, monstruos que nos hacen desconfiar de los demás o del futuro... Los mosntruos no nos dejan ser felices. Pero, ocurre una cosa: cuanta más atención les prestemos, más grandes nos parecerán, más grandes serán sus colmillos, más nos gritarán... en definitiva: más daño nos harán. Cuanto más pensemos en ellos, cuanto más luchemos contra ellos, más fuertes se harán, seguirán ahí, y más agresivos serán... Dos no pelean, si uno no quiere, ¿verdad?

Quizá, si los dejamos existir, si aceptamos que estan ahí, y no luchamos contra ellos, se aburran de gritarnos, bajen su voz y se vuelvan chiquititos.

Si les oímos pero no nos creemos lo que dicen, sus palabras no nos harán daño, y podremos darnos cuenta de algunas cosas: lo que es importante para nosotros y cuáles son nuestros miedos. Si hacemos esto, quizá podamos sacar algo positivo: el que nuestros monstruos nos ayuden a enfocar nuestra vida a las cosas importantes, que nos hagan reflexionar y cambiar nuestras actitudes y comportamientos... y podamos acerarnos a aquello que nos hace tener una vida plena.

Miremos a nuestros monstruos a los ojos. Seamos conscientes de que allí están y de que no se van a ir. Veremos que no son tan horribles como creíamos. Veremos que sus palabras son sólo aire que sale de su boca con la intención de engañarnos. Sus palabras son mentiras. Escuchemos sin creerlo. Pensemos, reflexionemos y busquemos crecer en la vida. Solo haciendo frente al miedo podemos superarlo.

Aceptemos lo que no podamos cambiar y luchemos por aquello que esté a nuestro alcance.

Los monstruos pueden ser malos, pero más malos serán cuanto peor sea nuestra mirada hacia ellos. Tengamos en cuenta que podemos aprender de ellos. Veamos su "lado bueno" y aprovechémoslo. Estarán ahí de todas formas...

sábado, 1 de octubre de 2016

EL LENGUAJE MODELA EL PENSAMIENTO

Una de las frases que dicen los psicólogos y que más puede confundir a la gente es "el lenguaje modula el pensamiento", "el lenguaje influye en el pensamiento"... Parece algo muy complejo. "¿Qué tiene que ver el lenguaje con lo que yo pienso?" podemos pensar, parecen dos cosas distintas, sin relación, pero en el fondo no es así. Vamos a ver cómo se relacionan:

Cuando nacemos, no sabemos hablar, y tampoco pensar. Según va pasando el tiempo, vamos aprendiendo a decir algunas palabras, cada vez nuestro lenguaje es más amplio. Pero, ¿cómo empezamos a pensar? Quienes tengan niños pequeños cerca se habrán podido dar cuenta de una cosa: a veces, hablan solos, sobre todo, cuando están haciendo una tarea. ¿Y qué dicen? Lo que tienen que ir haciendo. Si tienen que recortar una figura, dicen, por ejemplo "voy a cortar"...o si están pintando, dicen "ahora, el rojo" mientras lo cogen. ¿Por qué? Porque están interiorizando el pensamiento, utilizan el lenguaje para hablarse a sí mismos pero no saben hacerlo en silencio, por eso, hablan.

Nuestro pensamiento es lenguaje. Según crecemos, adquirimos la capacidad de poder hablar con nosotros mismos en silencio (de pensar). Igual que primero aprendemos a leer en voz alta y luego aprendemos a leer en silencio, primero aprendemos a pensar en voz alta, y después, ya no necesitamos decir las palabras. Ahí aparece el pensamiento.

Por tanto, el pensamiento es lenguaje. El pensamiento es lo que nos decimos a nosotros mismos en silencio. Y, por eso mismo, la forma de nuestro lenguaje afectará a nuestra forma de pensar; el mensaje que nos damos, será distinto. Esto es lo que significa esa frase tan rara del principio. Veamos ejemplos para entenderlo mejor.

El lenguaje expresa significados. Las palabras pueden expresar cosas "positivas" (bonito, alegre, soleado, bueno...) o cosas "negativas" (malo, horrible, miedo, asqueroso, feo, tonto...)  cosas "concretas" (mesa, silla, lápiz) o cosas "abstractas"(inteligencia, incertidumbre, alegría, sinceridad), por ejemplo, y ello influye en el valor que le damos a las cosas.

- Si decimos que algo es "malo", nos centraremos en palabras y pensamientos negativos, y no nos fijaremos en todos esos aspectos positivos que pueda tener. Por ejemplo, si pensamos "mi trabajo es horrible" estamos olvidando los aspectos positivos que puede tener, como el sentirnos útil, y tendremos menos ganas de ir a trabajar al día siguiente. No sería lo mismo decir eso, que decir "este trabajo es duro, estoy cansado". En este caso, no estamos añadiendo significados negativos, no estamos echando más peso en la mochila, no nos sentiremos tan mal como lo haríamos en el primer caso.

- Si pensamos, por ejemplo que algo es "difícil de conseguir", le damos un valor abstracto, parece algo más raro, más inalcanzable, que si pensamos, por ejemplo, "estudiaré una hora más al día". En el segundo caso, estamos convirtiéndolo en algo concreto. Así, lo simplificamos y lo hacemos accesible.

Por tanto, en función de lo primero que nos decimos (de ese primer pensamiento), nos vendrán otras palabras después del mismo tipo. Una forma de romper ese bucle es darnos cuenta de que estamos dándole más valor negativo a las cosas del que realmente tienen. Así, podemos cambiar la forma en que nos hablamos, buscar palabras más neutras, centrarnos y buscar objetivos o cosas que podemos hacer en vez de quedarnos "atascados" en eso negativo. Es decir, aprovechemos que sabemos qué hace que nuestro pensamiento cambie, y utilicémoslo:  nuestro pensamiento cambiará.

Sin embargo, esto no es sencillo. La sociedad, la cultura, nos ha enseñado a cuestionar las cosas, a juzgarlas, a criticarlas y a no estar conformes. Nos enseña a juzgar, pero no a aceptar. Por eso, estamos tan acostumbrados a poner etiquetas negativas a todo, hasta el punto de que lo tenemos automatizado (nos sale sólo). Pero seamos conscientes de otra cosa: el cerebro cambia, nosotros podemos cambiar, es sólo cuestión de práctica, de estar atentos. Prestemos atención a nuestro pensamiento, e intentemos darle una vuelta a aquello negativo que nos diga. A lo mejor, nos damos cuenta de que las cosas no son siempre como parecen a primera vista... a lo mejor nos damos cuenta de que nosotros le damos más importancia, más relevancia, a aquello que no nos gusta, mientras que pasamos de largo ante las cosas más normales de la vida, que también tienen importancia.

No llevemos una mochila a la espalda llena de mal humor, cansancio, tristeza, desesperanza y aburrimiento. Quitémonos todo el peso que podamos. Será liberador.

domingo, 25 de septiembre de 2016

MINDFULNESS EN EL DÍA A DÍA (1)

A todos nos han hecho esta pregunta alguna vez: "¿me estás escuchando?". Nos ocurre con frecuencia, alguien está hablando con nosotros, y nosotros estamos distraídos con alguna cosa (mirando el móvil, la televisión o pensando en cualquier cosa). Todos sabemos lo desagradable que resulta el hablar con alguien y que no nos esté prestando atención, pero lo hacemos, una y otra vez. Estamos con esa persona, pero en realidad, no estamos allí. Estamos en el chat del móvil, mirando las fotos de una red social, o pensando en lo que tenemos que hacer al llegar a casa. No prestamos atención a la relación que tenemos con esa persona, ni a lo que dice, ni a cómo nos sentimos nosotros en ese momento y con esa persona, porque no estamos allí realmente.

Por eso, os propongo una cosa: prestar atención. A partir de hoy, intentemos prestar toda nuestra atención a las personas que nos rodean y que intentan comunicarse con nosotros. Pero hagámoslo de cierta forma: 
  1. Sin juzgar aquello que nos dice: simplemente escuchemos, no intentemos dar consejos o nuestra opinión constantemente. No pensemos si lo ha hecho bien o mal, o qué habríamos hecho nosotros en su situación. 
  2. Fijémonos en todo, no sólo en lo que cuenta: en su postura, en las expresiones de su cara, en cómo habla o cómo mueve las manos. Nos daremos cuenta de muchas más cosas que si sólo escuchamos lo que dice. Y prestemos también atención a nosotros mismos, a lo que sentimos (emociones, tensión, calma...), a lo que estamos pensando, y a lo que expresamos con nuestro cuerpo (postura, expresión de la cara...). A lo mejor, sin darnos cuenta, le estamos dando a entender a la otra persona que nos aburre, o que no nos gusta lo que nos dice, cuando no es así. O, simplemente, para darnos cuenta de que nos estamos enfadando, que estamos cansados... Todo esto puede afectar a la comunicación con el otro.
  3. Aceptemos su experiencia: démonos cuenta de que cada persona tiene una forma de pensar, una forma de ver las cosas. Lo que para una persona puede ser bonito, para otra puede ser desagradable. Entendamos que cada persona es libre de pensar lo que quiera, de ver las cosas como quiera y de tener las emociones que tenga. Y respetémoslo. Si lo hacemos, y prestamos atención, quizá podamos entender sus motivos, lo que siente, y nos podamos acercar más a la otra persona.
  4. Tengamos paciencia: se trata de dar tiempo a la otra persona, y a nosotros mismos. Se trata de no forzar la comunicación. Si la persona tiene otro ritmo (por ejemplo, es tímida/o, está triste y no quiere contar lo que le pasa, o simplemente, quiere callar), no lo forcemos. Preguntemos si lo quiere contar y respetemos su respuesta. No será cómodo para la otra persona hablar de algo que no quiere. Y apliquémonos lo mismo a nosotros: démonos el tiempo que necesitemos para decir aquello que queramos decir. Si no queremos hablar en ese momento, pidamos ese tiempo a la otra persona.
  5. No reaccionemos instantáneamente a lo que nos dicen: pensemos antes sobre qué quiere decir realmente esa persona. Démonos cuenta de que podemos estar malinterpretando aquello que nos ha dicho. Preguntemos a qué se refiere, antes que enfadarnos o levantar la voz. Podremos ahorrarnos la mayoría de las discusiones si empezamos a actuar así.
  6. Perdonémosnos a nosotros mismos: si contestamos mal instintivamente, no nos juzguemos. No somos horribles personas por equivocarnos una vez. Lo importante es que nos demos cuenta de que nos hemos adelantado y reaccionado, e intentemos tomarnos las cosas con más calma y atención la próxima vez. Y también, podemos valorar si la otra persona merece una disculpa por nuestra parte.
Son muchos consejos, y es difícil seguirlos todos. Pero si los tenemos presentes, y nos proponemos seguirlos, iremos aplicándolos poco a poco. Según vayamos consiguiéndolo, quizá, podamos darnos cuenta de que discutimos menos, de que entendemos mejor a algunas personas, que nos llevamos mejor que antes, o que los conocemos más. Esto ocurre porque estaremos más con esas personas, en vez de estar dentro de nosotros mismos, escuchando lo que nos dicen nuestros pensamientos y creyéndolos a pies juntillas. Busquemos que ése sea nuestro objetivo: el estar, plenamente, con las personas de nuestro alrededor, en cada uno de los momentos que podamos estar con ellos. Después, cada uno puede preguntarse qué es lo que le ocurre cuando lo hace.

domingo, 18 de septiembre de 2016

LOS MITOS, MITOS SON

Todos sabemos lo que son los mitos: falsas creencias que se tienen sobre las cosas y que nos hacen juzgarlas con prejuicios. Nos hacemos una idea irreal de aquello que no conocemos, y eso nos ciega, nos cierra nuestra forma de verlo, de interpretarlo, de valorarlo y de acercarnos a ello. Nos pasa con las personas, con las culturas... incluso, con las profesiones. Por ejemplo, la Psicología. A pesar de ser una ciencia, de estar probada mediante investigaciones científicas, todavía hay gente que sigue pensando que son tonterías. No reconocen el papel, la importancia de la Psicología, por ejemplo, en la salud de las personas. Gente que piensa que una persona deprimida no trabaja porque no quiere. Gente que cree que un ataque de ansiedad lo tienen las personas exageradas o que lo fingen. O aquellos que piensan que las personas que van al psicólogo están locos. No. La Psicología no consiste en tratar a los locos, es ayudar a personas a hacer frente a problemas que todos podemos encontrarnos a lo largo de nuestra vida. Todos sufrimos, el dolor es inherente a la vida. Todos tenemos preocupaciones. A todos nos pasan cosas malas. Y, a veces, no sabemos cómo afrontarlo. Sin embargo, esos prejuicios sobre la Psicología, o el "qué dirán si se enteran de que voy al psicólogo", hacen que la gente no busque ayuda aunque la necesite. A nadie le da vergüenza decir que va al dentista, al cardiólogo o al podólogo, pero ¿cuántas personas dicen, o cuántas ocultan, que van al psicólogo? No pasa nada porque una persona tenga un dolor de muelas o cualquier enfermedad, pero si se trata de que está triste, angustiado o tiene un problema que no sabe resolver (problemas familiares, en el trabajo, miedos, etc), es vergonzoso y hay que ocultarlo. Hay clientes que después de ir a sesiones y mejorar, se cruzan con su psicólogo y no lo saludan, hacen como si no lo vieran, no lo quieren saludar en público, no quieren reconocer su antigua relación,

Pero, ¿de dónde vienen los prejuicios? Del desconocimiento. Por eso, cuanto más conozca la gente la Psicología, más se acercará a ella. Por eso, quiero romper alguno de esos mitos.

Sobre la Psicología:

- "No es una ciencia": Diariamente, se realizan muchísimas investigaciones científicas sobre Psicología y el comportamiento humano, y sobre los tratamientos para cada una de las problemáticas que se abordan.

Sobre los psicólogos:

- "Leen la mente": Nadie puede saber lo que otra persona está pensando.

- "Psicoanalizan a la gente": Primero, no todos los psicólogos son psicoanalistas. Segundo, podemos fijarnos más en el comportamiento de las personas, pero no trabajamos en nuestros ratos libres. Respetamos la vida de los demás y su forma de actuar.

Sobre el tratamiento:

- Los divanes: es una idea muy común, pero la mayoría de los psicólogos no los utilizan. 

- "El psicólogo sólo escucha tus problemas": Para entender lo que ocurre, tenemos que escuchar, pero principalmente, ayudamos a las personas a solucionar sus problemas.

- "Hablar con un psicólogo es igual que hacerlo con un amigo, lo que ayuda es que te escuche": Claro que ayuda el que alguien nos escuche, pero la ayuda que da un conocido no es igual que la de un profesional. Los consejos de un amigo estarán basados en sus ideas o su experiencia, y puede que no se adapten a la persona que necesita ayuda o que acarreen problemas secundarios.

- "El psicólogo te dice lo que tienes que hacer": Si un psicólogo dijera lo que hacer, el paciente o cliente nunca aprendería por sí sólo a resolver sus problemas. El psicólogo ayuda a pensar, a ver qué cosas te aportan beneficios y cuáles no, te enseña habilidades, etc, para que sea la propia persona la que tome las riendas de su problema.

- "El tratamiento es muy largo": La duración del tratamiento depende de muchas cosas (la persona, el problema...), pero no se alarga más de lo debido. No tiene sentido mantener al paciente en tratamiento si ya se han conseguido los objetivos y no hay más avances en el cliente.

Sobre el cliente:

- "Está loco": Es un prejuicio muy extendido. Hay personas con problemas más o menos graves, con enfermedades más o menos graves, pero no están locos.

- "Va a necesitar ir al psicólogo siempre": En la mayoría de los casos, la persona sólo acude una vez a tratamiento, y no vuelve a no ser que surja otro problema que no se haya trabajado en la primera intervención y no pueda afrontarlo. Pero en el tratamiento, siempre se busca que el paciente adquiera las habilidades necesarias para que no necesite una nueva intervención.

Espero que con esto y con las siguientes entradas os acerque más a la Psicología y a los psicólogos.  

sábado, 10 de septiembre de 2016

¿ESPIAR O NO ESPIAR? ESA NO ES LA CUESTIÓN

En los últimos días, se ha hablado en varios medios de comunicación del debate sobre si los padres pueden o deben espiar a sus hijos. Creo que es un tema importante sobre el que hay que reflexionar.

Muchas veces, las cosas no son blancas o negras. El mundo está lleno de matices, de grises. Por eso, hay que valorar todas las opciones, para ver cuál es el gris que más nos conviene en cada situación. y en este caso, hay que primar el bienestar del hijo.

Ante la posibilidad de espiarlo, ¿qué podríamos obtener?: Enterarnos de algo que nuestro hijo no nos contara. Pero ¿eso nos asegura el poder ayudarlo? Para poder ayudar a una persona, esa persona tiene que querer recibir esa ayuda. Si no está dispuesto a recibirla, es muy posible que lo que nosotros podamos hacer sea muy limitado. ¿Querrá que le ayudemos una persona a la que hayamos espiado? Démonos cuenta de que al espiar, estamos rompiendo la confianza en la relación. Esa persona, ese hijo, sentirá que se ha invadido su intimidad (algo que tiene mucha importancia en la adolescencia, cuando las personas empezamos a crear nuestra propia vida, empezamos a desarrollar nuestra independencia, cuando las relaciones con sus amigos son tan importantes...). No olvidemos que nuestros hijos también son personas, personas que merecen el mismo respeto de su intimidad que cualquier persona. Y no sólo se sentirá mal por ello, se sentirá mal por quien lo ha hecho. Por esto, se puede romper el lazo que nos une a nuestros hijos, la confianza que se crea desde la infancia. ¿Merece la pena?

La otra opción es mantenernos cerca de ellos, respetar sus decisiones, intentar entenderlos, y no juzgarlos. Apoyarlos, escucharlos. Si favorecemos un buen ambiente, una buena comunicación, facilitamos que sean ellos mismos los que nos cuenten sus cosas, sus problemas y sus inquietudes. Si conseguimos que nuestros hijos obtengan más beneficios contándonos lo que les ocurre que callando, no tendremos que preocuparnos de qué nos puedan estar ocultando. Si, por el contrario, cuando tienen un problema y nos lo cuentan, reaccionamos mal, juzgándolo, regañándolo, enfadándonos... intentarán evitar que nos enteremos. Así, ganamos pocas cosas.

Por otra parte, no podemos esperar que nuestros hijos nos lo cuenten todo. Seamos conscientes de que los padres, son padres para sus hijos, no pueden ser sus amigos. Siempre habrá cosas que los hijos no quieran contar a sus padres. Aceptémoslo, e intentemos que tengan la confianza suficiente para contarnos aquellas cosas realmente importantes, y no tendremos que plantearnos si tenemos que espiarlos.

domingo, 4 de septiembre de 2016

MINDFULNESS (ATENCIÓN PLENA) PARA NOVATOS

Cuando oímos hablar de alguna actividad que nos llama la atención es normal que nos surjan muchas preguntas. A veces, esas preguntas no llegan a encontrar respuesta, bien porque nosotros mismos nos quedamos parados sin buscarlas, bien porque buscamos pero no encontramos.
Aquí, voy a dar respuesta a posibles preguntas que os puedan surgir antes de comenzar.

¿QUÉ ES?
Es ser plenamente consciente de cada momento. Es decir, prestar atención a todo lo que sentimos (sensaciones corporales, ruidos, emociones, olores, sabores, pensamientos, imágenes…).
Para conseguirlo, hay que practicar. Trabajando y ejercitando nuestra atención es como conseguiremos conectar con el presente.

¿CÓMO SÉ SI ME HACE FALTA?
Todos solemos vivir pensando en el pasado (aquello tan horrible que nos ha pasado) y en el futuro (todas las cosas que tenemos que hacer). ¿Por qué pasa esto? Porque nos cuesta asimilar esas cosas que no han salido como queríamos, y le damos vueltas para entender qué ha pasado. Pensamos en el futuro porque la sociedad en la que vivimos nos ha enseñado que tenemos obligaciones que no podemos desatender, y que tenemos que hacerlo todo cuanto antes. Tenemos que encargarnos de mil cosas a la vez, nos angustiamos y pensamos en lo que tenemos que hacer luego para intentar planificarnos o intentar evitar que se nos olvide.
Por esto, en muchas ocasiones, hacemos las cosas sin darnos cuenta. Se nos quema la comida, salimos de casa sin saber si hemos echado la llave, no escuchamos lo que nos dice otra persona porque estamos pensando en otra cosa, conducimos hasta llegar a casa y no sabemos qué camino hemos tomado… Todo eso son ejemplos comunes que nos indican que no prestamos atención plena al presente.

¿QUÉ BENEFICIOS TIENE?
Vivimos la experiencia. Somos conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor y de lo que nos ocurre a nosotros mismos. Esto nos puede ayudar a disfrutar más de la vida, a sacarle todo el jugo. Nos puede ayudar a relajarnos, a dormir mejor… Pero al practicar, el objetivo debe ser conectar con el momento presente. Es decir, el objetivo del ejercicio es practicar el ejercicio. Si buscamos otra meta que no sea contactar con el presente, podemos alejarnos de la Atención Plena, y terminar por abandonarla. (Por ejemplo, podemos practicar para dormir mejor, pero puede que al practicar estemos pensando en eso en vez de prestar atención al ejercicio, por lo que no hacemos bien el ejercicio. Entonces, podemos pensar que no sirve, y dejarlo). Si practicamos para conectar con el presente, los beneficios secundarios llegarán solos, y en su momento.

¿QUIÉN LO PUEDE PRACTICAR?
Todo el mundo. Da igual la edad, estudios, religión… Sólo se trata de conectar con el presente, no tiene ninguna limitación.

¿TENDRÉ TIEMPO PARA HACERLO?
De las 24 horas del día, resta las horas que dediques a dormir. Las horas que te salgan son las horas de las que puedes disponer para practicar la Atención Plena: mientras comes, mientras caminas, mientras charlas con amigos, mientras trabajas, mientras haces actividades lúdicas, mientras respiras.

¿CÓMO SÉ SI LO HAGO BIEN?
Hay algunas indicaciones básicas:
  •           Postura corporal: si lo haces sentado, que la espalda esté recta, los pies apoyados en el suelo y las manos, en el regazo o en las piernas.
  •           Ambiente: se recomienda buscar un sitio sin distracciones y un momento sin cosas urgentes por hacer (por ejemplo, silenciar el teléfono, estar solos, que no haya ruido, y no tener que estar pendiente de hacer nada, para no distraernos).
  •        Evitar juicios de valor: no juzgues si lo que haces está bien o mal, estarás pendiente de ello mientras practicas y te distraerás más. Además, puedes juzgar que lo haces mal y dejar de hacerlo. No importa si te distraes muchas veces, o notas que no te relajas, o que cambias la postura. Lo que importa es darse cuenta de ello. Si te das cuenta, vas por buen camino.


¿LO PUEDO HACER EN CASA?
Lo puedes practicar en cualquier lugar: en casa, en el autobús, en el coche, en el parque, por la calle, en la playa, en la montaña, en el bar de la esquina… Sólo necesitas estar allí.

¿ME TENGO QUE APUNTAR A CLASES?
No tienes la obligación de hacerlo. Puedes hacerlo si consideras que te va a resultar positivo. Por ejemplo, habrá personas que no tengan posibilidad de ir a clases, pero sí puedan buscar recursos (por ejemplo, libros, audios, etc), estén muy motivados y practiquen. En cambio, puede haber personas que no estén muy seguros y terminen dejándolo si lo hacen por su cuenta.
Por otro lado, el ir a sesiones para aprender Mindfulness puede ayudar porque el aprendizaje es más pautado y supervisado; las sesiones suelen ser en grupo, por lo que se comparten experiencias que pueden ser enriquecedoras; se ayuda a crear una rutina de práctica; y se pueden resolver dudas fácilmente. Sin embargo, para hacerlo, hará falta tiempo, dinero, y poder desplazarse.
Lo importante, en ambas opciones, es que puedas aprender y conectes con el presente a menudo.

¿QUÉ EJERCICIO ES EL MEJOR?
Todos son igual de buenos. Puedes elegir hacer uno o hacerlos todos, combinándolos como más te guste. El único requisito es atender al presente, y con todos los ejercicios lo puedes conseguir. Si alguno de ellos te cuesta más, puedes elegir practicarlo más hasta que superes esa dificultad o, simplemente, hacer otro ejercicio. Lo importante, como he dicho, es practicar para poder conectar con el presente. Es mejor hacer todos los días un mismo ejercicio que dejar de practicar porque nos frustramos con uno de ellos.
A parte de esto, sí que os recomendaría un cierto orden a la hora de practicar los ejercicios que os puede ayudar: empezar por los más sencillos y continuar con los siguientes cuando notéis que no tenéis dificultades con ese ejercicio. En concreto, el orden de los ejercicios iría así: 1) los centrados en la respiración; 2) los centrados en el cuerpo o “body scan”; 3) los centrados en los pensamientos; 4) los centrados en las emociones; y 5) los centrados en la compasión.
Los ejercicios informales, como el ejercicio de la pasa (es decir, comer con Atención Plena) o caminar con Atención Plena, se pueden poder en práctica en cualquier momento del aprendizaje. Son ejercicios sencillos, que no requieren tiempo adicional, porque los practicamos mientras que comemos o caminamos a lo largo del día. Y también nos sirven para conectar con el presente.
(Por cierto, si no os gustan las pasas, o aunque os gusten las pasas, podéis practicar el ejercicio con un bombón Ferrero Rocher. Os aseguro que la experiencia cambia, sobre todo, si soléis comeros el bombón a bocaditos).

Creo que he dado respuesta a la mayoría de las preguntas que pueden surgir (todas las que se me han ocurrido). Si tenéis otra que no he incluido, preguntarla.

Os dejo también información que puse en la entrada anterior, por si os queréis practicar:
- Un libro sencillo y muy práctico: Teasdale, J., Williams, M., & Segal, Z. (2015). El camino del mindfulness: un plan de 8 semanas para liberarse de la depresión y el estrés emocional (Paidós.). Barcelona.

- Un enlace de internet con audios de práctica: http://www.mindfulnessvicentesimon.com/audios